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La escucha como resistencia
La crítica cultural de Ágreda en TRIBUNA
Allí estaba en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos en el Centro Cultural Miguel Delibes (CCMD) escuchando la música de Anna Clyne (1980) que ejecutaba de una manera brillantísima la OSCyL dirigida por Ryan Brancoft y el magnífico clarinetista Martin Fröst, (en deportivas de suela blanca; que diría Karajan o Abbado del asunto) pero había algo que no funcionaba, aparte de las deportivas. Había algo, que por lo que fuera, me impedía disfrutar del concierto.
Esa música de Clyne para mí carecía de una cosa que valoro mucho en los conciertos: la alegría. Tampoco supe encontrar en ella el pensamiento y la profundidad necesaria para poder disfrutarla. Martin Fröst toca con una facilidad que en ocasiones resta, no suma. Tanta facilidad me dio la impresión que quita importancia a la música y banaliza lo que suena.
Aquello no ardía y mi aburrimiento hacía acto de presencia. Mal se le ponía el ojo a la yegua. Era una música la que estaba sonando que no abría el apetito, que no calaba, que no me decía nada. Hay tardes que uno se encuentra un poco melancólico y necesita algo de Schubert, Mozart o Beethoven para que le haga compañía…
No encontraba el encanto de la música de Anna Clyne ni por aire, ni por tierra ni por mar. Más me pareció por momentos estar en un concierto de jazz que en uno de música clásica. Pero allí estaba clavado en la butaca como un lagarto, esperando que el sol hiciera acto de aparición y mi cuerpo y mi cabeza se pusieran en marcha.
Hay tardes que uno siente, por lo que sea una fatiga existencial (¿a ti no te pasa?) Tiene uno como cuerpo de haber estado toda la noche de farra y no esta uno para "belenes" que diría mi vecino del quinto ni para estrenos. Y no encuentra en la música lo que encontró hace unos días en la Sala de Cámara escuchando el Quinteto con clarinete en la mayor 581 de Wolfgang Amadeus Mozart. Aquí Fröst dio un recital de mucha categoría y demostró sobradamente su maestría y la del compositor y nadie miró sus deportivas.
Esta noche la música me invita a una escucha distinta, menos interesante que otras tardes. La música me invitaba a mantenerme pasivo, inactivo el pensamiento fruto de un cansancio, fruto, ahora lo pienso del ruido, de la guerra, de los gritos, de la pereza... Fruto en definitiva del sistema en el que estamos obligados a vivir y a relacionarnos.
Esta pequeña rebelión producida en un vaso de agua no hace daño a nadie. Escuchas y callas hasta que llega el descanso. Luego llegó Sibelius con Cuatro Leyendas del Kalevala o Suite Lemminkäinen. El fresco de la noche se agradecía en la cara y más sabiendo que el Valladolid le estaba dando al Oviedo una soberana tunda. 3-0. Y eso me cambió el ánimo.
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