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Llamadme Roberto

Palabras contra el olvido 563

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Llamadme Roberto
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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Hay varias formas de afrontar un concierto: la primera es dejarse llevar y disfrutarlo sin más; la segunda es mirar con lupa cada movimiento del director, cada mirada, cada salto, como le sienta la ropa que lleva, si le brillan los zapatos, como saluda y cuantas veces mira a la partitura, si procede. Y más.

Llegó el maravilloso violinista y pluriempleado director Roberto González-Monjas a la Sala de Cámara Jesús López Cobos del Centro Cultural Miguel Delibes para dirigir a la OSCyL y el público le recibió con una gran ovación. Una ovación solo reservada a un hijo, a un nieto,  a un hermano. Sonaban los aplausos a reconocimiento; nadie niega la valía del talentoso Roberto González- Monjas.

Comenzó el Programa 7 de la temporada con Le fontane di Roma (Las fuentes de Roma) de Ottorino Respighi que me recordó mucho a una cuñada mía cuando en el Corte Inglés, mi hermana se probó un vestido precioso y al preguntarle que qué le parecía, respondió: "Pues hija es que a mí no me dice nada". Pues eso. 

Luego llegó Mozart con su Concierto para violín y orquesta nº 4 y, umm, me pareció que la fidelidad a la partitura y al pensamiento del genio brilló por su ausencia. Me resultó imposible -uno tiene sus días- saborear el silencio de después de cada nota, su expresión y la intención que lleva implícita la partitura. Puede que el paso del tiempo en Roberto González-Monjas dote de más sustancia su próximo Mozart.

Descanso. Y llegó Ralph Waughan Williams con La alondra ascendiendo y aquello fue el arrebato. Lo que nos ofreció Roberto fue verdaderamente impresionante. Tiró de chaquetilla, se rompió la camisa y a pecho descubierto, olvidándose de todos y de todo, ¡por fin!, nos regaló una versión de La alondra ascendiendo, inolvidable. Tocando el violín demostró su madurez, su fino criterio, su tensión dramática; todo en una baldosa, como hacen los buenos toreros, médicos, futbolistas, cocineros, actores y artistas en general.

Porque cuando Roberto se queda quieto se te encoge el corazón. Supo dotar a la imponente música   de WW una tensión amarga nunca vista ni oída en esta sala sinfónica. Su transcripción vital de la partitura nos tocó la fibra y en eso reside la genialidad de Roberto.

La música decía Leibniz es una ecuación inconsciente del alma. Los grandes violinistas, esta noche estamos escuchando a uno, saben llegar a ciertas verdades y son capaces de espolvorear la dosis exacta para que el misterio y la ternura hagan acto de presencia y se perpetúen el resto de la noche en ti.

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