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Sorolla y el paisaje

La crítica cultural de Ágreda en Tribuna

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Sorolla y el paisaje
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

He venido esta mañana limpia, lluviosa y fría con una luz de convento hasta el Museo de la Pasión para ver un cuadro de Sorolla y dos de Darío de Regoyos. Dice Proust que una obra innovadora crea su propia posteridad al ir seduciendo uno por uno a lo largo del tiempo a los aficionados capaces de apreciarla. Lleva un siglo Sorolla iluminando con su pintura la España que no sale en las noticias, ni falta que hace. Esa España que nos permite compartir la vida de la gente del mar, compartir sus trabajos, su alegría y sus penas.

Hay que estar mirando un buen rato su cuadro Puerto de Pasajes, 1904 para saborear su pincelada y su magistral captación de la luz del Cantábrico. Hay que mirar con mucha atención para deleitarse con la maestría de Sorolla. Su meticulosa observación del paisaje y paisanaje de los hombres, mujeres y niños del mar que no se quejan, que a veces se sonríen y a veces están al borde de la desesperación entra por los ojos del visitante y pasa en un instante.

Tenemos un tiempo de atención limitado, por eso es imposible disfrutar de esta amplia exposición en una sola visita. Es sabido que Sorolla retrataba por encargo a los niños de familias ricas y también, a sus hijos, pero a estos lo hacía con gusto y casi a todas las horas. Le valía cualquier formato (que se dice ahora) para hacer bocetos que la familia ha conservado con oro en paño. En este cuadro, Puerto de Pasajes, las caras están difuminadas como si las hubiera pintado en un arrebato, de un plumazo.

Sorprendentes y magníficos son también los cuadros de Darío de Regollos, Las redes,1893 y El pinar de Ulía, 1905.  La técnica de Regoyos no tiene nada que envidiar a la de Sorolla. Su fervorosa imaginación visual de pintor que sabe mirar y sabe también que hay cuadros que tardan más en pintarse porque tienen que  quedarse en suspenso, ir madurando poco a poco como semillas que necesitan su momento  para que broten e iluminen los senderos.

Los límites de los cuadros de Sorolla y Regoyos son los que dan la forma y es lo que les permite expresarse. Su pintura nace de la naturalidad de los límites. No hay nada más generoso que el arte, solo hay que cruzar el umbral del Museo de la Pasión para comprobarlo.

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