La cita tendrá lugar este 9 de septiembre a partir de las 22.30 horas
Se llama Juan Ortega y es de Triana
El sevillano triunfa con rotundidad en Valladolid tras cortar cuatro orejas; Urdiales y Aguado se van de vacío merced a una descastada corrida de Núñez del Cuvillo
Se llama Juan Ortega y es de Triana. Con un capote de seda y una muletita de plata, un torero diferente, tan templado y con gusto, que puede convertirse en un torero de culto. Porque es sevillano, sí, y con cierto pellizco, también; pero sin alamares y ningún rastro del barroquismo que puede tapar el bosque. Es sencillo, como su toreo; puro, de mano baja y templada. Exquisito, al ralentí. Citando de frente, con la muleta alante, cadencioso el trazo y vaciando el viaje en la cadera. Valladolid lo ha descubierto y en Pucela este tipo de toreo cala hondo, como las verónicas de recibo abriendo el compás y meciendo el percal con sumo gusto, con delicadeza, toreando con las palmas de la mano, mentón encajado y cuerpo desmayado. Un deleite para el que gusta del toreo caro, que no lleva más aditivos que la puereza, la verdad y los cánones más esenciales de esto que llamamamos toreo.
Desmonterado hizo el paseíllo en la corrida que habían denominado del arte con Pablo Aguado y el remiendo de Diego Urdiales, tras el siete de Morante. El sorteo favoreció al sevillano que se llevó lo más potable de un encierro de Núñez del Cuvillo descastado y más justo de presentación que las dos tardes anteriores.
Ortega dejó su tarjeta de presentación en unos lances tan bonitos como suaves. Quite por delantales cadenciosos, templados, arrastrando medio capote por el albero. El Núñez del Cuvillo, noblote pero sin romper, fue a más y el del barrio de Triana aprovechó su inercia para un trasteo lleno de detalles, pinceladas y buenos muletazos, pero sin la rotundidad necesaria para las dos orejas que el presidente se sacó de la manga, tras el buen espadazo. Muy bien ayer Manuel Gutiérrez en el palco, incontinente hoy con el pañuelo Pablo Holgado.
Lo del quinto sí fue rotundo, bello, emotivo, grandioso. De nuevo muchos quilates con el capote y el toro que empuja con genio y a punto está de derribar al varilarguero.
Con la suavidad de una caricia y rodilla en tierra, Juan Ortega comienza un trasteo tan preciosista como lleno de verdad, templado, sin enganchones ni tirones, con una cadencia y un mimo difícil de describir en palabras. Y el toro que se para, pero el sevillano no se enmienda. Y ya en la derecha, a pesar de la nobleza y la embestida pastueña del Núñez del Cuvillo, Encendido quiere escapar de la lucha, siempre a puntito de rajarse. Pero una y otra vez la delicada pañosa de Ortega se lo impide. Y brotan los muletazos, largos, hondos, personalísimos, almibarados y con tanto sabor que empieza una leve embriaguez, sin llegar a ser borrachera, porque todo en Juan Ortega en comedido y sereno.
Los pases surten ligados, el siguiente mejor que el anterior. Hay uno en el que logra trazar 360 grados de muletazo eterno. La obra baja unas décimas por el pitón izquierdo, un poco más rebrincado y con algún ligero enganchón que no emborrona el conjunto. Y otra vez una rodilla en tierra. Y Ortega, con la derecha, torea con el alma. Qué bonito y a esas horas [casi] nadie se acuerda de Morante. Tiene cogido el sitio a la espada y ahora sí las dos orejas son de ley, aunque no proporcionales al excesivo premio en el segundo. La vuelta al ruedo, clamorosa, es sencilla como Juan, un pedazo de torero.
A Urdiales le tocó bailar con la más fea, aunque ni si quiera hubo baile. El primero flojo y sin opciones y descastadísimo el segundo. Prácticamente nada que anotar en el primero de Aguado, salvo su voluntad. El sexto, el más hecho de todo el encierro, el presidente -sin que nadie supiera muy bien las razones- sacó el pañuelo verde. Al del barrio sevillano de San Bernardo no le gustó esta decisión lo más mínimo, porque sabía lo que aguardaba en corrales: un pavo de Loreto Charro con dos buenos argumentos por delante, astifino y veleto, que pudo hacerse daño en un topetazo con el burladero. Muy rebrincado, y de embestida incierta, Pablo Aguado se vio en la obligación de hacer un esfuerzo y justificarse. No fue una faena ligada, pero estuvo firme el sevillano. Un pinchazo hondo, que a la postre el acero se coló hasta la mitad fue suficiente. Pero aquello no tuvo mayor trascendencia, que el reconocimiento de una ovación cariñosa.
Este sábado la tarde fue para el que se iba en volandas. Se llama Juan Ortega y es de Triana.
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