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Lo tolerable y lo intolerable

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Lo tolerable y lo intolerable
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.

En plena calorina agosteña el beso de Rubiales ha despertado a los españoles del sopor veraniego. Un beso ha llenado más portadas, informativos radiofónicos y telediarios que la victoria de la selección española en el mundial de fútbol femenino. Además, nos ha permitido comprobar qué es aquello que nuestra sociedad considera realmente intolerable. Esos actos a los que estamos dispuestos a aplicar, sin que nos tiemple la mano, esa hoguera que tanto admiraba Javier Krahe cuando cantaba aquello de "empalamiento, lapidamiento, inyección, crucifixión, desuello, descuartizamiento. Todas son dignas de admiración, pero dejadme, ay que yo prefiera la hoguera, la hoguera, la hoguera..."

En este país hay cosas que somos capaces de tolerar, por muy perjudiciales que sean. Aunque en principio nos puedan escandalizar, acabamos transigiendo con ellas, ahí se quedan y la vida sigue su rutinario transcurrir. Pero lo del beso de Rubiales y su agarrón testicular, su actitud zafia y grosera en el palco del estadio de Sidney, han superado todos los límites que los españoles pueden soportar. Se le va a caer el pelo.

Si fuésemos sensatos, Rubiales no hubiese durado ni tres meses al frente de la Federación. Lo primero que hizo nada más llegar fue despedir a Lopetegui, pocas horas antes de comenzar un Mundial, porque había firmado un contrato para entrenar al Real Madrid después del campeonato. Y aunque esto, según Rubiales, era legítimo, a él no le habían gustado las formas. Que ya tiene cojones visto en directo por las televisiones de todo el mundo de lo que es capaz un zafio patán en plena euforia futbolera. Con Hierro al frente, sólo le ganamos a Irán y nos echaron en octavos.

Luego, Rubi colegueó con Piqué, un tipo como tú-uh-uh-uh-uh, para llevarse la Supercopa de España a Arabia Saudí, firmando un contrato en el que la Federación recibía más dinero si ganaba el Madrid o el Barça que cualquier otro equipo. Además de comisiones, fiestas indecentes y viajes a cuerpo de Rey, aunque sólo era presidente. Vamos que si algo ha demostrado Rubiales desde que ocupa el cargo es su total y absoluta falta de decoro personal y profesional.

Pero todo eso lo toleramos. Hasta que ocurrió lo del beso, que nos ha resultado realmente intolerable. Los españoles, aun estando de vacaciones, hemos demostrado nuestra capacidad de expresar un rechazo absoluto, rotundo, transversal y sobre todo eficaz frente a algo. Es decir que hemos demostrado que, si algo nos repugna, somos capaces de unirnos para evitarlo o al menos para hacer caer todo el peso de nuestro reproche como sociedad sobre el autor del desmán.

Así que ya sabemos que lo mismo que el beso de Rubiales nos resulta intolerable, sí somos capaces de tolerar, por ejemplo, que Bildu coloque a asesinos en sus listas electorales. Y que ofrezca homenajes y acoja como héroes a los asesinos que salen de la cárcel. Ahí siguen Bildu y Otegi, con más votos y más capacidad de imponer sus condiciones para la "gobernabilidad" de España. Y nuestro presidente en funciones dispuesto a concederlas para seguir siéndolo.

También somos capaces de tolerar que una indocumentada elevada a ministra redacte una ley que ha rebajado las condenas de un millar de violadores y pederastas. Por cierto, uno de los liberados ya ha intentado el domingo pasado volver a las andadas. Y ahí sigue Montero de ministra y el Gobierno que dio el visto bueno a la ley, en funciones. Porque todo eso, al parecer nos resulta más tolerable que un beso no consentido.

Mientras, Rubiales, que nunca debió ser presidente de nada, es ahora un cadáver social, convertido en agresor sexual y en detonante del "#MeToo del fútbol español", un movimiento que en Estados Unidos desencadenó el comportamiento de Harvey Weinstein, condenado a prisión por varias violaciones. Aquí nos ha bastado con un beso y un tocamiento de huevos, propios que no ajenos, para poner a su autor al mismo nivel que el depredador sexual de Hollywood.

En este país, que ha demostrado ser tan capaz de no estar dispuesto a transigir con comportamientos inapropiados, tenemos ahora por delante un trimestre en el que seguramente de lo que vamos a hablar no será de besos no consentidos, sino de consentimientos inadmisibles.

Porque es un trimestre lo que nos queda hasta una posible repetición de elecciones. Algunos lo tienen muy claro, y otros no tanto. Desde el Partido Socialista, su presidente y los medios que definen su estrategia ya dan por seguro el éxito de Sánchez en la investidura, tras el fracaso de Feijóo. "Feijóo, propuesto para una investidura abocada al fracaso", titulaba El País hace unos días.

Pero en un trimestre pueden pasar muchas cosas en un país tan imprevisible como el nuestro, dividido en dos bloques tan fragmentados por dentro como necesitados de apoyos imposibles por fuera. Contaba Borges la historia de un sastre al que un sultán descontento con su trabajo condenó a muerte. El sastre le pidió al sultán que aplazara su ejecución un año y que, si en ese tiempo era capaz de enseñar a hablar a su mejor caballo, le perdonase la vida. El sultán, que adoraba a su caballo, aceptó. Pocos días después, camino de los establos, el sastre se cruzó con un amigo que le preguntó cómo había sido capaz de prometer que haría hablar al caballo. A lo que el sastre le respondió que en un año pueden pasar muchas cosas. "Tal vez fallezca el sultán o sea derrocado. También puedo morirme yo. O incluso es posible que el caballo aprenda a hablar".

Y como en la fábula, todo puede pasar en estos tres meses en los que asistiremos a una carrera de coches de choque entre los independentistas catalanes, los de Junqueras contra los de Puigdemont y los vascos de Ortúzar contra los de Otegui, ese hombre de paz, para ver quién consigue qué a cambio de sus votos.

Cualquier cosa puede ocurrir cuando todo depende, porque así lo ha decidido Sánchez, de un prófugo de la Justicia resentido que no reconoce límites legales ni constitucionales, esos de los que habla el relato líquido del PSOE, según el cual lo que podría salir de ahí sería un "Gobierno progresista". Y comprobaremos de nuevo, qué es lo que esta sociedad española considera tolerable y qué le resulta intolerable.

Feijóo intenta en vano un gran pacto de Estado para formar un Gobierno en el que se reconozcan el 94% de los españoles frente al 6% de quienes no se reconocen como tal y quieren acabar con este país y su Constitución. Pues de nuevo, 'no es no'. Y lo más probable no es que hable el caballo, sino que acabemos tolerando lo intolerable.

3 Comentarios

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angel sanjuan 9/2/2023 - 1:15:52 PM
Excelente artículo que resume los actos a nivel profesional de Rubiales, cómo se está utilizando lo del besito para tapar el resto de asuntos muchísimo más importantes del gobierno: negociaciones con independentistas y prófugos, ministra de Igualdad que no dimite después de soltar violadores con su ley del sí o sí, etcétera
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usuario anonimo 9/1/2023 - 10:11:28 AM
Me hubiera jugado mil euros a adivinar cómo acababa el relato, como siempre con lo mismo. Que triste que le dejen a usted escribir en este diario, váyase a Libertad Digital o a una barra de bar, con sus amigos.
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usuario anonimo 9/1/2023 - 7:50:37 AM
Este mañana esta en VOX sustituyendo al de las barbas, al gnomo
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