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Vanguardia y destino

La crítica cultural de Ágreda en TRIBUNA

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Vanguardia y destino
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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Las Salas 6 y 7 del Patio Herreriano hacen bueno aquello que escribía Marcel Proust en el tomo V de En busca del tiempo perdido: "El único viaje auténtico no sería encaminarnos hacía paisajes nuevos, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro". Los visitantes asiduos, como bien dice el programa de presentación, pueden comprobar que estos fondos que ahora se ven en estas salas son testigos excepcionales de la época y están abiertos, como no podría ser de otra forma, a todo tipo de lecturas múltiples.

Se está muy a gusto a esta hora (las once en punto) en el Museo Patio Herreriano. Voy en busca del cuadro de Joan Sandalinas, titulado La Masía, 1927. Encontrar la belleza en este tiempo y en cualquier tiempo siempre ha resultado difícil.  Ese elemento invariable, difícil de definir debido a que cada época tiene su propio gusto, su sensibilidad puede pasar desapercibido si no tienes educada la mirada.

Aquí la belleza estalla cuando tus ojos se posan en el cuadro de Sandalinas. De repente la belleza se rebela en su forma, su color y su paisaje. Todas las mutaciones que ha sufrido el concepto de belleza parecen no afectar a este cuadro. Ahora que la vida y el arte están reñidos y hasta enfrentados, la belleza intrínseca del cuadro pone en cierta medida a muchos de acuerdo.

Luego me acerco a otro pintor que se llama Josep de Togores. Tiene dos cuadros que me gustan: el primero se llama Deux mus, 1921 y el otro es un retrato de Alejo de Togores, 1920. La belleza, escribe Rafaelle La Capria en su Nostalgia de la belleza: "No solo tiene que ver con el mundo sensible, sino con el intelecto, y, es más, no se puede prescindir de él; pero halla siempre una misteriosa forma sensible que lo contiene y lo revela".

Justo esto es lo que contiene la pintura de Togores. Si tienes necesidad de belleza, acércate al Herreriano a mirar estos cuadros.  Porque la belleza y lo dejó escrito Dostoievski contiene una función salvadora. Ese sentimiento que te entra por los ojos, esa belleza estética que tanto le gustaba a Oscar Wilde que la ponía siempre en primer lugar tiene un significado que el paseante tiene que descubrir por sí mismo.

Hay mucho que ver en estas salas. Es muy sencillo, basta con mirar las obras y después el visitante tiene que preguntarse qué obras le han conmovido. En estos tiempos sucede lo contrario, primero te explican la obra y después te dicen como tienes que sentirla.

 

 

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