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Sostiene Perianes

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Sostiene Perianes
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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El modo más rápido de sentir la felicidad, como el primer helado del verano, es escuchar y ver tocar el piano a Javier Perianes. Por ejemplo, el Concierto para piano en La menor, op. 54 de Robert Schumann que escuchamos la otra tarde en la Sala Sinfónica del CCMMD es una prueba de ello. Antes había sonado Isaac Albéniz, pero aquello no tomo vuelo. Sin embargo, fue salir Perianes, tardó en ponerse a tocar el piano exactamente tres segundos y dos centésimas exactas y aquello empezó a arder. Se ve que es un hombre al que no le gusta perder el tiempo.

Nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo, escribió Luis Rosales. Nadie como Robert Schumann entiende mejor esto que dice Rosales. Somos prisioneros de muchas cosas. A Schumann le costó mucho salir de su mazmorra mental. El sonido que llega al patio de butacas obliga al oyente a rastrear el dolor del compositor y sentir compasión por él. Del pulso entre el sonido y la distensión del silencio emanan nuestras emociones.

Esta música afecta al cuerpo y a la mente. Porque la música siendo el arte más abstracto provoca en el que la escucha los efectos más concretos. De ahí las posibilidades que tiene en la vida diaria; puedo pensar en estos momentos en Wagner durante el Tercer Reich o en la Séptima de Beethoven que puede unir a los pueblos.

Volvamos a Perianes. Escucharle esta noche, y el martes, y también el sábado -lleva en Valladolid toda la semana- es disfrutar violenta y carnalmente, como si se tratara de un placer caníbal. Tocó y tocó y no se cansó de tocar hasta alcanzar el silencio, una de las formas de música más sublime.

La segunda parte del concierto comenzó con la Danzas sinfónicas, op.45 de Serguéi Rajmáninov momento propicio para "examinar" al director Antony Hermus que dirige esta noche a la OSCyL. Dicen de Wilhelm Furtwängler que, sin hacer el más mínimo gesto, solo con su presencia el sonido de la orquesta cambiara radicalmente y pasara a ser "infinitamente hermoso". La sensación que da esta noche Antony Hermus es la contraria, parece que se está peleando continuamente con su sombra. Esos movimientos pugilísticos no me convencieron en ningún momento. Es más, me dio la impresión- que se repite últimamente más de lo necesario- que los músicos de la orquesta no levantaban la vista para ver sus instrucciones por más que Hermus hiciera todo lo posible para hacerse visible.

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