logo
imagen
El toro que se metió en el Palacio de Tordesillas
Mercedes levanta la pata del toro para recuperar la chaqueta sin que el animal la hiciera absolutamente nada. DIBUJO: José Ramón Muelas
Jesús  López Garañeda
Jesús López Garañeda
Lectura estimada: 9 min.
Última actualización: 

Aquel año de 1955, pródigo en lluvias en sus primeros meses, copiosas en ocasiones, con daños en edificios y casas, Tordesillas había visto cómo formidables tendidos eléctricos empezaban a circundarla desde la estación de los llamados Saltos del Sil, ubicada en los aledaños de la carretera de la Coruña extramuros de la población. Se había inaugurado en febrero la línea de energía eléctrica que, partiendo de Madrid acababa en Ponferrada, tras su paso por La Mudarra. La vida del pueblo seguía monótona y confiada, excepción hecha de la gran avenida del Duero muy comentada después en todos los ambientes populares de la localidad, en tanto las tertulias de los más ilustrados hablaban de sus producciones o de la muerte del descubridor de la penicilina, Alejandro Fleming sucedida en marzo o la del sabio Albert Einstein en abril.

Pues bien, tras acabarse el verano y recogidos los granos en las paneras, sus pobladores se disponen a celebrar con el esplendor de siempre las anheladas ferias y fiestas de la Peña. Sin embargo aquel martes 13 de septiembre, martes de la Peña, y día del Toro Vega traerá consigo un suceso extraordinario que daría mucho que hablar. Pese a lo cual, no hay ni un solo testimonio gráfico de aquello, porque los dos fotógrafos del pueblo se encontraban abajo del puente para retratar el torneo.

El Martes de la Peña, un poco antes de las once de la mañana Atilana Chaves acudió al palacio para ver desde allí la carrera del toro de la vega de ese año junto con sus hijas Mercedes de diez años, Isabel de nueve, María Petra de ocho, Clara de dos años que llevaba en brazos y Gloria, una sobrina también de nueve añitos que completaba la comitiva. Ellas se colocaron en la zona de las verjas situadas al extremo este del palacio, justo al lado del lugar en donde hoy hay un pequeño espacio dedicado a los juegos infantiles con columpios, enfrente de lo que se conocía como la casa del conde, al pie del Paseo. En el extremo opuesto, al oeste del recinto, en la esquina en donde se divisa la salida de la plaza, el empedrado y prácticamente todo el puente, se puso el marido y padre de las criaturas Pedro Crespo, conocido zapatero y extraordinario escultor local, pues ése era el sitio que a él le agradaba sobremanera y que, tras oír la misa de ocho de la mañana en Santa Clara, había encontrado libre y desocupado. La mujer y las hijas no habían querido ir hacia la zona en que estaba el padre, pues para la madre era más idóneo y seguro el lugar en donde se instaló con su prole y además allí había muchas gentes de Tordesillas, sobre todo mujeres, para ver bajar por el puente al Toro Vega.

El Toro de ese año se llamaba 'Santo' (y santo fue a juzgar por el acontecimiento que trato de hilvanar y recordar). Pertenecía a la ganadería de Tomás Romojaro, del campo de Salamanca, de pelo negro y se anunciaba con un peso de treinta y cinco arrobas (401 Kilos).

Unos quince minutos antes de la hora anunciada para su salida desde los toriles municipales de la plaza mayor, los guardias habían ido recogiendo al personal que se encontraba en el improvisado ruedo taurino, ordenando subir a los tablados y cerrar las puertas de las bocacalles para que sólo "los profesionales debidamente contratados" instrumentaran las primeras suertes de la lidia, colocándole las banderillas de fuego como era tradicional.

A las once en punto el clarín rasga el aire para anunciar la suelta del toro de la vega. No hay ningún percance y todo se desarrolla con absoluta normalidad. El toro embiste y pega un monumental bote cuando le estallan las banderillas de fuego prendidas en su lomo. A continuación se ordena la apertura de la puerta de San Antolín para que el toro salga hacia la vega. Baja rápido la calle y parte del Empedrado, oliscando la frescura. Las gentes le llaman desde las talanqueras, le citan mientras los más valientes corren tras él. Embiste a Policarpo Higuera 'cabezota' el cual queda entre paréntesis, marcando el animal sus cuernos con un golpetazo mientras unos espectadores atalancados le consiguen aupar y librar de la cornada. Alguien en el cite con un trapo, mandil o chaqueta, le hace dar la vuelta. El animal derrota contra las talanqueras que se ponían para cortar el acceso al palacio con un zurrido fuerte y seco que produce la rotura y destrozo de varias tablas. Mete la cabeza y a continuación el resto del cuerpo.

El Toro impacta contra la talanquera que corta la calle hacia el empedrado. Rompe las tablas y penetra en el interior.

Las gentes que están dentro del palacio buscan refugio como pueden: Unos subiéndose e intentando dar la vuelta por las verjas, otros metiéndose debajo de los bancos del palacio, algunos más ágiles trepando a los árboles que hay allí plantados. Entre ellos, Santiago San José Llanos, forastero que había venido por primera vez a ver el toro de la vega desde Valladolid, atraído por su fama, relata la situación tan tremenda creada, la incertidumbre y "la masacre que se podía haber preparado a poco que el toro se empleara en donde estábamos. Yo al menos, estaba subido en una acacia".

La mayoría se ve en una ratonera cuando el animal imponente hace entrada en el recinto. Las personas han sido pilladas de improviso y muchas perciben el toro más grande de lo que es. El miedo se apodera de sus corazones. Los que están en el paredón se tiran hacia el Empedrado y buscan refugio en las casas colindantes. Feliciano, el herrero de Velliza que se hallaba allí también junto a Federico y su sobrino Pablo Escudero, sale corriendo y pierde las sandalias en el tumulto con lo que queda descalzo. El resto se inmoviliza y se hace un silencio sepulcral. "Tanta gente había y tal fue el silencio que se hizo que no se oían ni los pájaros. Tan sólo la respiración y resuello del toro".

El toro llega a las verjas en donde estaban Atilana y sus hijas. La mujer tiene en brazos a Clarita y con el azoramiento de la situación una rebeca que llevaba sobre los hombros se le cae al suelo del palacio. El animal la pisa con una de sus patas delanteras y queda parado mirando, olisqueando, sin embestir ni con un derrote al grupo. Mercedes Crespo, al ver que el toro pisa la chaquetilla de su madre, se baja del pretil, agarra la pata del toro, se la levanta, coge la chaqueta del suelo, se la entrega a su madre, la cual está tiesa e inmóvil, y de nuevo se sube al paredón. Un instante antes a su hermana Isabel y a su prima Gloria una pareja que no se ha podido ni localizar ni identificar baja a las niñas al suelo del recinto en tanto se colocan ambos en dichos escalones para ver mejor qué sucedía, pese al riesgo y peligro a que sometían a las chiquillas.

Mientras tanto algunas personas intentan quitar a las mujeres del lugar en el que están las niñas y la madre, ante la petición angustiada de ésta, bajándolas al recinto donde se agolpaba mucho público, al sitio donde hoy están los columpios. Fabri Juez toma a dos de las niñas, Isabel y Gloria, y las retira del paredón.

El toro se acerca mucho más al cuerpecillo de la niña María Petra, le huele, en un sube y baja espeluznante de su testuz, sin causarla ni un solo rasguño. La niña impresionada por la cabeza del toro se baja del pequeño banzo de piedra y echa a correr hacia la callecita arriba del trayecto que comunica con la calle de Santa Clara. Y a todo esto el toro sale tras ella; pero al llegar a la embocadura de la salida cambia el sentido y se introduce, paseo de la culebra abajo, en el recinto de los columpios, para entendernos.

Dejemos aquí al toro formando la de Dios es Cristo, eso sí sin embestir ni cornear absolutamente a nadie, y sigamos en su carrera a María Petra que llegó sin parar, a toda velocidad, y sin mirar atrás hasta la calle del Sol número 7, cerca de su propio domicilio. Allí una vecina, Florentina de la Cruz, le preguntó que dónde iba tan corriendo, pero la niña no hablaba, pálida y alterada, como consecuencia de la conmoción sufrida. Mudez que la duraría cerca de cuatro horas sin poder articular ni una sola palabra. Tal era la impresión recibida. La vecina la mete en su casa y allí quedó hasta que su familia fue a recogerla.

Los atalancados huyen por pies como pueden ante la mole inmensa del toro

A todo esto, y con la nueva situación creada, Fabri Juez, al ver que el toro entra en el recinto, aúpa de nuevo a las niñas que había bajado y las sube al muro en el que se encontraban al principio, un sitio más alto, concretamente el paredón escalonado del palacio, que hoy todavía existe aunque arreglado. Contra las verjas huele también a Escolástica, la señora gorda, la cual al ser posteriormente asistida llegó a decir: "¡ Ay Dios mío, que me mate por el culo que no me quiero ver morir!". Esta mujer se encontraba con su amiga la señora Pilar, la bañeza, a la que siempre repitió: "Y qué ojos tan grandes tenía el toro".

Haciendo caso omiso, tras esto el animal inicia de nuevo la carrera por el paseo de la culebra abajo y se topa con una mujer del barrio de San Miguel, Carmen la nonita, vecina de Braulio González el cual había bajado en el entretanto a las Arneras para hacer una necesidad, pues dicha zona era el excusado de la época. La mujer viene hacia el palacio y se encuentra de cara con el toro. Con la impresión no la queda otra salida que tirarse contra los espinos que crecían en el lateral de su ribera al ver al animal aproximarse. Cae rodando por las cuestas hasta casi la orilla del río. Un pequeño talud que rompe la pendiente, impide que la mujer caiga al agua. Asustada y llena de tierra, se levanta ilesa, siendo confortada por el vecino.

Los lanceros que estaban en la Vega han ido subiendo el puente a toda prisa, cuando les ha llegado la noticia que el toro se ha escapado por el palacio. Algunos les llevan montados los jinetes en sus cabalgaduras para hacer más rápida la operación, pero todo ello con la premura del tiempo por la imposibilidad de tener las comunicaciones que hoy se tienen, hasta que la voz de unos y otros, advirtiendo la situación, hace reaccionar al personal. 'Santo' llega al Colagón y un poco más adelante, cerca del pago del Tejar atraviesa el río saliendo a la zona conocida de Malos lodos. Al animal sólo se le veían los cuernos y el rabo que lo llevaba levantado, tieso, por encima del agua. Nada más salir a la otra orilla arremetió, golpeó y corneó una pequeña motocicleta de color blanco que abandonó su propietario tras haberse acercado al lugar accediendo por la carretera de la Peña.

Todos los lanceros de a pie y a caballo que habían ido subiendo el puente para buscar al toro, deben dar la vuelta y emprender el regreso de nuevo al palenque, con la rapidez que les permitían sus piernas, pues el toro ha cruzado el río. El cornúpeta llegó a la zona de la vieja cañada de Rueda, hoy intrusada y casi desaparecida, en donde se situaba el Hostal Juana I. Allí casi en la misma cuneta de la carretera y en la tierra de Don Fernando el cura, Ezequiel Alonso, a caballo, y Eduardo Rollán, a pie, alancearon y abatieron al animal. El vencedor declarado de esta lidia fue Ezequielito Alonso, aunque entre ambos se repartieron el dinero del premio que daba el Ayuntamiento. Los honores se los llevó el jinete en detrimento del lancero de a pie. Durante muchos años, Ezequiel guardó las astas de dicho toro y las exhibió como adorno y trofeo en su propia casa, pues no en balde tanto él como su padre Ezequiel han sido siempre muy buenos y grandes aficionados al toro de la vega.

Y la historia de aquel día acabó bien. Con el sobresalto pintado en su rostro bonancible el marido y padre de las criaturas, Pedro Crespo, recoge a su mujer y sus hijas para ir hacia la casa familiar en el corro del Sol donde sosegarse del escalofrío, del sofoco y del miedo por lo pasado. Tan sólo falta María Petra que esperaba en casa de la vecina. Agitadas las chicas cuando llegan a casa y se reúne toda la familia sana y salva del incidente en que se vieron envueltas, la madre exclama: "¡Venga, que aquí no ha pasado nada. Vamos, que os voy a comprar un helado en la plaza!". Y toda la familia junta se fue a tomar un helado cucurucho donde Eleuterio Baonza.

No se puede decir que ese toro vega actuara como bestia apocalíptica, embistiendo con rabia y sembrando el terror, sino más bien como manso cordero que, sumiso, accedió incluso a levantar la pata ante el requerimiento de una niña; no obstante, los anales y el recuerdo calificaron aquel toro como espectacular por el desarrollo de su lidia. Bien seguro que a las hijas de la familia de Atilana Chaves se les quedó grabado a fuego en su mente el suceso de aquella mañana de septiembre y que jamás olvidarán.

3 Comentarios

* Los comentarios sin iniciar sesión estarán a la espera de aprobación
usuario anonimo 11/30/2022 - 12:39:08 PM
Impresionante. Qué buen rato he pasado leyéndolo. Cómo si viera la retransmisión en directo
0
usuario anonimo 11/29/2022 - 10:33:14 AM
la verdad que su labor Sr. Garañeda merece un reconocimento. me ha gustado miucho. LUIS.
0
usuario anonimo 11/28/2022 - 11:44:48 AM
IMPRESIONANTE ESTE RELATO. ¡Gracias!. José A.
0
Mobile App
X

Descarga la app de Grupo Tribuna

y estarás más cerca de toda nuestra actualidad.

Mobile App