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Tal día como hoy... la Corte llegaba a Valladolid

Un 10 de enero de 1601, Felipe III firmaba el traslado de la capitalidad desde Madrid a la ciudad del Pisuerga

Tal día como hoy... la Corte llegaba a Valladolid
Felipe III (i) y el Duque de Lerma (d). TRIBUNA
Rebeca Pasalodos Pérez
Rebeca Pasalodos Pérez
Lectura estimada: 4 min.

Un día como hoy, 10 de enero de 1601, Felipe III firmaba la orden que cambiaría el curso de la historia de dos ciudades: Madrid y Valladolid. La corte se mudaba al norte, y con ella, el centro neurálgico del poder en la España del Siglo de Oro. Lo que parecía un capricho real, escondía una trama de ambición, especulación y juegos de poder orquestados por el duque de Lerma, valido de Felipe III y figura omnipresente en esta historia.

La noticia del traslado causó estupefacción en Madrid y perplejidad en toda la nación. ¿Por qué abandonar la capital establecida por Felipe II solo cuatro décadas atrás, con sus palacios, comodidades y arraigada burocracia? Las razones oficiales apuntaban a la necesidad de dinamizar la economía del norte de Castilla y alejar a la corte de la insalubridad de la capital. Sin embargo, la sombra del duque de Lerma, con su ambición desmedida y su habilidad para manipular al indeciso Felipe III, se extendía sobre la decisión.

Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, era un maestro de la estrategia política y un adelantado en el arte de la especulación inmobiliaria. Anticipándose al traslado, adquirió numerosos inmuebles en Valladolid a precios irrisorios, para luego venderlos o alquilarlos a la nobleza y funcionarios que se veían obligados a seguir a la corte. El propio rey se vio en la necesidad de comprarle un palacio al duque por el doble de su valor inicial, al no contar con una residencia adecuada en Valladolid.

Pero el interés del duque iba más allá del lucro económico. Llevar la corte a Valladolid le permitía alejar al rey de la influencia de su abuela, María de Austria, quien desde su retiro en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, desaprobaba las maniobras del valido. En Valladolid, Lerma tendría al monarca más cerca de sus feudos y lejos de voces críticas.

Época de esplendor en Valladolid

El impacto del traslado fue inmediato y brutal. Valladolid, que contaba con unos 30.000 habitantes, vio su población duplicarse en apenas dos años, superando los 70.000. La ciudad se vio desbordada, con sus infraestructuras colapsadas e incapaz de albergar a la multitud de cortesanos, funcionarios y aspirantes a favores reales que llegaban cada día. Para intentar controlar el caos, se prohibió el traslado a aquellos que no tuvieran un oficio en la corte o no residieran en Valladolid antes de la llegada del rey, aunque la norma se incumplió con frecuencia. Incluso se trasladaron algunas instituciones a la cercana Medina del Campo para aliviar la presión sobre la ciudad.

Madrid, por su parte, sufrió una drástica caída demográfica y económica. De 80.000 habitantes se pasó a 23.000, sumiendo a la ciudad en un periodo de decadencia que sus autoridades se afanaron por revertir. Desde el primer momento, se iniciaron gestiones para recuperar la capitalidad, apelando a la seguridad del rey, la mejor salubridad de la ciudad y, por supuesto, al poder del dinero.

A pesar de los inconvenientes, Valladolid vivió un lustro de esplendor cultural durante su efímera capitalidad. Grandes figuras del Siglo de Oro desfilaron por sus calles: Rubens, como embajador artístico del duque de Mantua, retrató al propio Lerma en un majestuoso retrato ecuestre. Quevedo y Góngora iniciaron aquí su legendaria rivalidad literaria. Y Cervantes, quien residía en Valladolid desde 1604, obtuvo los permisos para publicar la primera parte del Quijote, impregnando algunas de sus Novelas Ejemplares con el ambiente de la ciudad.

El nacimiento del futuro Felipe IV en 1605 desencadenó grandes celebraciones en Valladolid, organizadas con la habitual magnificencia por el duque de Lerma. Sin embargo, la fiesta no duraría mucho. Ya se gestaba el retorno a Madrid, impulsado por el dinero y la ambición, y orquestado, una vez más, por el duque de Lerma.

Madrid ofreció una donación de 250.000 ducados a la Corona a cambio de recuperar la capitalidad, una suma que, por supuesto, incluía una suculenta comisión para el duque. Lerma, previsor como siempre, había aprovechado la crisis inmobiliaria en Madrid para hacerse con vastas propiedades a bajo precio, asegurando su fortuna una vez más.

El 4 de marzo de 1606, la corte abandonaba Valladolid, dejando atrás un legado de crecimiento descontrolado, efímero esplendor y am amargo sabor a decadencia. La ciudad tardaría siglos en recuperarse, mientras Madrid se consolidaba como capital definitiva del reino.

El propio duque de Lerma caería en desgracia poco después, víctima de las intrigas de la reina Margarita de Austria, quien impulsó investigaciones que revelaron sus manejos corruptos. La historia del traslado de la corte a Valladolid es una lección sobre ambición, especulación y los caprichos del poder, un episodio fascinante en la historia de España que aún hoy, a 423 años de distancia, resuena en las calles de estas dos ciudades.