La huella de Chaikovski

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La huella de Chaikovski
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
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Llegó la Orquesta Sinfónica de Stavanger al Centro Cultural Miguel Delibes (CCMD) dirigida por un extraordinario director, un clásico para entendernos que no había oído en mi vida, Andris Poga se llama y nos ofreció un concierto vitamínico, sencillo y profundo a la vez. En una palabra, equilibrado. La belleza está en el equilibrio.

Existen personas de las que no conocemos sus nombres que llegan a nuestra vida y de repente "son más que de familia" que diría mi querida suegra. La manera de vestirse dice los diseñadores que nos dicen que personalidad tenemos. Fijándome en cómo va vestido Andris Poga se podría decir que su figura podría formar parte del pentagrama. Sobrio hasta la médula y de negro Rothko.

Pero que ha sido uno de los mejores directores que han pasado por el Delibes de eso no me cabe la menor duda. Riguroso, meticuloso y clavado con un buen torero los pies en las tablas, nos ofreció todo un recital de cómo tiene que dirigirse una orquesta sinfónica.  Nada que ver con esos "otros" que cada vez son más que más que directores parecen profesores de zumba, o de samba o vaya usted a saber qué.

Y para más inri apareció en escena "su hermano gemelo" el pianista ubezco Behzod Abduraimov que tampoco había oído en mi vida; pero ¡ay! amigo, cuando empezaron a sonar los primeros compases del Concierto para piano nº 2 de Prokófiev fue facilísimo adivinar que estábamos ante la presencia de un pianista de fuste, de una pianista al que se le quedaron pequeñas las 88 teclas del piano.

Otro que no necesita poner esos gestos como si se le estuviera apareciendo la virgen María, que exhiben una rapidez a lo Fernando Alonso. Sí, muchas posturitas, pero poca sustancia. Sin embargo, este parecía un guardia real, el tío, una guardia de garita pero que nos regaló un concierto de piano estupendo, serio y cargado de emoción.

Para decirlo rápido. Nunca, nunca, jamás (tome nota,  Señor Juez) había oído y disfrutado en esta sala una Quinta Sinfonía de Chaikovski como la que escuche el otro día aquí.  Y mira que la he escuchado veces. De repente esta gente estaba tocando de manera individual para ti. Solo y exclusivamente para ti. Y todo gracias a la portentosa batuta de Andris Poga que como Moisés era capaz de dominar el mar para salvar a su pueblo.

Una orquesta, claro está, compuesta por más de veintipicos nacionalidades, pero todos con el mismo ojo para seguir al directore y ofrecernos uno de los mejores conciertos de la temporada. ¡Unus pro ómnibus, omnes, pro uno!

 

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