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El padre de Pou

Palabras contra el olvido

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El padre de Pou
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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José María Pou, el actor, se asoma al abismo de Andrés, su personaje en El padre, mientras desgarra los sinsabores de la vida. Anhela morirse en su casa, en su cama. Le zarandea la memoria tallada  del tiempo que nunca volverá. El patio de butacas se entristece recordando a familiares que han pasado por ese trance. Por el trance de no saber si son reconocidos. Por el trance de no saber quiénes son.

Contemplar cómo se mueve Pou por las tablas del Teatro Calderón entre la luz desgastada por el tiempo que todo lo perturba y normaliza. Al público le atormenta el corazón viendo como la oscuridad del Alzheimer se apodera de un hombre y le convierte en una piltrafa, Todo lo que le pasa a Andrés nos lo descubre Pou con un gesto, con un taco, con una mirada, con una palabra. Con un silencio.

Todo queda grabado en la retina del público. La dirección de Josep María Mestres tiene la particularidad de estar pensada para que las palabras se conviertan en puñales. La escenografía de Paco Azorín exacta y equilibrada a partes iguales. La iluminación cuidadísima de Ignasi Camprodon resulta frágil y creíble para que todo lo que suceda allí lleve el signo de la verdad. El espacio sonoro de Jordi Bonet penetra en el oído y dota a todo de sentido.

Me vuelven ahora en avalancha las palabras de Pou, las palabras que salen del corazón de Ana su hija, interpretado por Cecilia Solaguren inmejorables toda la noche sabiendo dotar del matiz necesario para que aquello que está sucediendo conmueva al espectador.

Están estupendos también Elvira Cuadrupani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube. Compartir con este magnífico grupo de actores y actrices todo el sufrimiento y dolor del derrumbe del padre se convierte en un rito purificador, doloroso y hasta si me apuran, espiritual.

Desbordante de talento durante toda la noche, José María Pou, dota a su personaje Andrés de una voz natural que tanto se agradece.  Muy bien proyectada, nítida, rocosa, irónica y ácida al mismo tiempo sin sombra de declamación. Dentro de la ruina que el personaje exige, paradójicamente Pou le dota de ritmo imparable, con las dosis exactas para que el personaje vaya pasando de butaca en butaca y sienta y sufra y se desespere porque todo va ir a peor sin remedio. El teatro que hace Pou  es peligroso. Te obliga a confrontarte con aspectos íntimos, con heridas.

El padre de Florian Zeller es en definitiva una historia de amor.  Una historia que te atrapa y te deja hipnotizado. La última escena cuando Andrés/Pou se amarra a la enfermera, llora y susurra, madre, madre, madre, tardará un tiempo en que se me vaya de la cabeza.

In memoriam de Faustino, mi querido padre.

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