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Ruta arqueológica: suspiros del Valladolid ancestral

La oficina de Turismo propone un trayecto que permite dibujar la silueta de una ciudad ahora desconocida: desde las villas romanas al destructivo paso de la francesada

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Ruta arqueológica: suspiros del Valladolid ancestral
Vídeo: Sergio B. / Rebeca P.
Rebeca Pasalodos Pérez
Rebeca Pasalodos Pérez
Lectura estimada: 10 min.
Última actualización: 

"Encajonada entre los dos ríos, la villa, de pequeñas dimensiones, componía un rectángulo con varias puertas de acceso: la del Puente Mayor al norte, la del Campo al sur, la de Tudela al este y la de La Rinconada al Oeste. [...] Eso sí, allí donde la nariz se arrugaba, la vista se recreaba ante monumentos como San Gregorio, la Antigua y Santa Cruz, o los recios conventos de San Pablo y San Benito". Miguel Delibes incluía esta descripción detallada del Valladolid medieval en su obra 'El Hereje'. Una pequeña muestra de elementos patrimoniales de los cuales algunos perviven, muchos se volatilizaron y otros quedaron ocultos. Porque el Valladolid desaparecido es un Valladolid enorme. Sombras de una gloria pasada de la que quedan muchas páginas de historia, algunos retazos a la vista y un universo escondido. La vieja tradición de construir ciudades sobre ciudades, destruyendo edificios para dar paso a la modernidad y edificando sobre ruinas dejó una ciudad desconectada de un pasado que ahora se intentar recuperar.

Con esa idea de rescatar el esplendor en parte perdido y en parte enterrado, el Ayuntamiento de Valladolid cuenta entre su oferta turística con una ruta arqueológica que permite a los visitantes, y especialmente a los vallisoletanos, redescubrir la ciudad desde lo más profundo de su historia.

Lo que se oculta bajo La Antigua

El punto de encuentro para comenzar la ruta es en la puerta de la Iglesia de la Antigua. Ahí, bajo el suelo y oculto a la vista, debajo del jardín que engalana el entorno del templo, se encontraron hace unos años evidencias constructivas de época romana (de los Siglos I al III), correspondientes a una villa patricia. "Empezamos hablando de lo que sería la parte de dónde hay restos arqueológicos romanos. Valladolid no fue una ciudad romana al uso. Aquí lo que había era una villa de una familia patricia y de esa villa se hace aquí una pequeña población", explica la guía de Turismo Valladolid, María Martín.

No solo restos romanos, durante las catas que se llevaron a cabo del 2006 al 2009 para hacer un parking, se hallaron en total 51 enterramientos de la necrópolis medieval de la iglesia, el patio de un palacio renacentista, la bóveda del cauce del río Esgueva con los restos del antiguo Puente del Bolo de la Antigua, y la manzana de edificios del siglo XVII que se mantuvo en pie hasta hace 30 años. "Aparecieron aquí restos de una casa con hipocausto, o sea con una gloria que llamamos, un palacio encima del siglo XVI y más abajo algo romano", relata.

De camino ya hacia la siguiente parada, la guía aporta el dato de que en el "Paraje de Caño Hondo, también se hallaron restos de una villa patricia", que, igualmente, están enterrados. "Hubo una excavación arqueológica a finales del XIX y principios del XX. Entonces, se sacaba todo, se llevaba al museo arqueológico de aquí o de Madrid y se volvía a cerrar". Prueba de ello son los suelos hallados en ese punto que presiden el hemiciclo de las Cortes de Castilla y León.


Parte de los restos estructurales encontrados bajo el jardín de La Antigua. 

Los restos de la Colegiata 

Subiendo por la calle Arzobispo Gandásegui, el siguiente punto es uno de los lugares históricos que pasan más desapercibidos en la ciudad, a pesar de estar a plena vista. Se trata de los restos de la Colegiata de Santa María la Mayor o, lo que es lo mismo, esa especie de jardín que hay detrás de la Catedral y que queda cerrado tras una verja. Atravesando, justamente, esa reja, con varias hileras de cipreses que recrean las columnas del antiguo templo, comienza el relato sobre lo que fue la Colegiata, que fue fundada en 1095 por el Conde Ansúrez en los terrenos de una ermita dedicada a San Pelayo. "El conde Ansúrez recibe el señorío de Valladolid gracias a la donación de Alfonso VI y lo primero que hizo fue fundarla como villa y dotarla de los servicios esenciales: puente sobre el río Pisuerga (el puente mayor), aquí la Colegiata, como iglesia principal, y al lado la Antigua", relata María.

Se trataría de un pequeño templo románico con una sola nave, con acceso a través de una torre pórtico. De esta Colegiata apenas se conserva nada, salvo la torre.


Restos de la Colegiata y vista de la torre de la Catedral. Foto: Sergio B.

Entre los años 1219 y 1230 se realiza su primera modificación importante, con la reconstrucción de una nueva iglesia de estilo gótico en la que mantienen la torre románica. Se construyen delante unas capillas para enterramientos, que son las que, ahora, forman parte del Museo Catedralicio. Esta nueva iglesia contaba con tres puertas: una al norte, otra al sur que daba al claustro, y la tercera debajo de la torre pórtico, que quedó inutilizada con la construcción de las capillas y que deja ver, tristemente, el paso del tiempo y la falta de mantenimiento con algunas grietas.

En 1527 el Cabildo comenzó su reforma definitiva. Sin embrago, por falta de recursos y problemas de expropiaciones, las obras quedaron casi paralizadas desde su inicio hasta 1589, que fue cuando comenzaron las obras de la actual catedral siguiendo el proyecto de Juan de Herrera. Su derribo se inició en 1634 aunque se dejaron algunas dependencias útiles para su uso hasta que en 1668 se abandonó por completo.

"Aquí se casó Alfonso X, su hermano don Felipe. Los Reyes Católicos se casan en secreto en el Palacio de los Vivero en Fuensaldaña, pero luego hacen aquí la misa con la población, ya todo firmado de que su hermano Enrique IV no impidiera el enlace", explica la guía. "Este es un lugar muy especial para Valladolid por todos esos acontecimientos. Era la iglesia principal", agrega. "La capital de España se va a Madrid en 1606 y ya los nuevos ricos no estaban aquí. Y por toda esta falta de dinero de comprar capillas y donaciones particulares, nos quedamos sin colegiata y con media catedral", lamenta.


Torre románica de la antigua Colegiata de Santa María la Mayor. Foto: Sergio B.

Un osario en la Iglesia de El Salvador

El paseo lleva al visitante a un templo en el que habitualmente nadie repara. Está ahí, sin más, silencioso y sin revelar lo mucho que esconde. El relato en este punto empieza antes de entrar: "La Iglesia del Salvador que es una de las parroquias más antiguas de Valladolid. Aquí bautizaron, por ejemplo, a San Pedro Regalado en 1390 y como era un barrio importante han ido haciendo ampliaciones y mejoras".

Aunque la iglesia data, originalmente, del siglo XII-XIII, "la fachada sería ya de una obra de final del XVI, en pleno renacimiento". Mientras el visitante observa la entrada, escucha la narrativa de lo que era el entorno: "En esta zona, había un hospital de caridad, vivían familias nobles, cerca de aquí estaba la casa donde vivieron los Trastámara, donde nació Enrique IV, la casa de las Aldabas, el Palacio de los Miranda...". Todos esos señores adinerados tenían en la propia iglesia sus capillas funerarias gracias a sus donaciones, si bien, también hacían caridad. "Cuando nadie podía enterrar a las personas pobres que morían en el hospital de caridad, se las enterraba aquí, pero en un túnel que sale de las catacumbas que queda en una zona de la calle".

Es hora de entrar al templo. Según se cruza la puerta, a la derecha en un rincón, queda la pila donde se bautizó al santo patrón de la ciudad. A la izquierda, se observa la verja de la capilla de Licenciado de Burgos y de Doña Isabel de Torquemada y seguido se encuentra la dedicada a la Cofradía de San Pedro. De frente, en el altar mayor, el retablo que preside la nave central recuerda la temática de la transfiguración y en la parte alta, el paraíso.

Pila en la que fue bautizado San Pedro Regalado. Foto: Sergio B.

Caminando hacia la zona de la Epístola, se llega a la capilla de San Juan Bautista, que fue mandada edificar por Gonzalo González de Illescas, tal y como se puede leer en la propia pared. Es de estilo tardogótico, está realizada totalmente en piedra y se terminó en 1492. 

Aunque la tentación del visitante será la de mirar hacia abajo, donde los cristales dejan ver los restos arqueológicos de la cripta con tumbas antropomorfas talladas directamente en piedra, en el espacio destaca de forma muy notable la bóveda de crucería. "Tiene en cada plafón, los símbolos de la pasión, el escudo familiar y luego la decoración de pintura es posterior", indica María. En la cabecera, luce un excepcional tríptico de estilo flamenco, obra del taller de Amberes dedicado a San Juan.

Es hora de bajar a la cripta. Una escalinata de piedra, angosta, da acceso a una catacumba que sorprende al abrirse con un importante número de cráneos humanos que presiden la estancia. Desde esta situación, se puede observar mejor el subsuelo de la capilla, con vista de los enterramientos abiertos donde son visibles algunos huesos. En el propio espacio, en un hueco en la pared, hay presentes varios féretros de madera de niños de corta edad: "Hay muchos niños, jovencitos, al no haber penicilinas, ni antibióticos, de mucha fiebre antes te morías", cuenta la guía.

Una abertura en un lateral da acceso al túnel donde se realizaban los enterramientos de caridad. Actualmente, sin luz, no está abierto al gran público. Se trata de un pasillo que transita bajo la calle. En el suelo hay restos humanos que se pueden pisar si no se camina con cuidado. La piedra y las raíces de los árboles dan cuenta de la antigüedad y profundidad de la excavación.


Osario bajo la Iglesia de El Salvador. Foto: Sergio B.

En las profundidades de San Benito

Un nuevo paseo, atravesando la Plaza Mayor, lleva al visitante a la siguiente parada de la ruta: el convento de San Benito. Nada más entrar, una cristalera en la pared ofrece la espectacular vista de una bóveda enorme del antiguo cauce del Esgueva.

Un par de pasos más adelante se empieza a vislumbrar el pasado: "Estamos en lo que fueron las bodegas del convento de San Benito y vamos a ver los restos que quedan del muro del alcazarejo", cuenta la historiadora. "El Alcazarejo se construyó más o menos en el siglo XII. Era primero un alcázar pequeñito, pero luego cuando se hace el de María de Molina pasa a denominarse así (alcázar viejo)". En 1390 pasa a manos de los monjes benedictinos.


Parte de los cubos y el muro del antiguo alcazarejo. Foto: Sergio B.

Las paredes de piedra y el mosaico de los suelos anticipan la llegada a la parte más sorprendente, donde se abren varias estancias completas con algunos útiles de piedra: "Esto es un lavadero del agua de la finca de los Benedictinos, hoy polígono de Argales, que se traía a tres fuentes a Valladolid".  Gracias a un proyecto de Juan de Herrera, el agua llegaría hasta el Monasterio. "Acabaría aquí y tiene un desagüe que va hacia el Esgueva", detalla.

Unos metros más adelante, se llega a los muros del Alcazarejo, con parte de uno de los ocho cubos que poseía la fortaleza. Dicho castillo estuvo en pie hasta el año 1704, en que fue desmochado para acabar de completar el actual patio de Hospedería. "Con el paso del tiempo, ya en el Siglo XVII, Rivero de Rada hace el edificio respetando parte de lo antiguo, porque de esa manera tendría toda la parte de las bodegas para crear cámara de aire y así evitar humedades", detalla María.

Ya en la calle, al salir de camino a la última parada de la ruta, vestigios de la antigua muralla dejan entrever en la superficie parte el perfil que dibujaba el Alcazarejo, de modo que es posible situar parte del cubo escondido bajo suelo y algún otro.


Antigua zona de lavadero en San Benito. Foto: Sergio B. 

San Agustín: convento y barrio de Reoyo

En un último trayecto muy corto, el recorrido llega a su última parada: el convento de San Agustín. "Este espacio primero fue casa noble y lo ocupó Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III. Cuando fallece el Rey, Catalina se traslada con su hijo Juan, que luego sería el padre de Isabel la Católica, y esto se lo donan a los Agustinos", cuenta María Martín. Fue el condestable Dávalos quien dona la edificación, situada en el barrio de Reoyo, a los monjes en 1407 después de que en 1398 se hubiera hecho con esa propiedad por donación de la reina.

El conjunto arqueológico es como un plano en superficie en relieve. Deja ver la compartimentación de lo que fue un convento que durante los siglos XV y XVI sufre una constante ampliación del espacio a costa de las fincas colindantes. Este proceso culmina con la construcción de la iglesia (finales del XVI y principios del XVII). Su época de máximo esplendor se iniciará con la estancia de la corte de Felipe III en Valladolid, época de la que data el patronato de los condes de Villamediana, quienes culminan la transformación definitiva del lugar, también con estilo herreriano.


Detalle de los suelos. Parque Arqueológico de San Agustín. Foto: Rebeca P.

"Sufrió avatares, como San Benito. Cuando invaden los franceses Valladolid, hacen cuartel general San Benito y esto. Las tropas de Napoleón lo queman y lo dejan muy mal parado". Ya para rematar, llega la desamortización en 1835 que pone fin a su historia pocos años después.

Los restos permiten ver dónde estaba el claustro o el patio de la iglesia, entre otros espacios. Los mosaicos de los suelos permanecen en un gran estado de conservación, se mantiene un silo para guardar el grano. Un saliente de ladrillo indica lo que era la capilla dentro de la iglesia del banquero Fabio Nelly de Espinosa, aunque el principal punto de atención es la arquería superior. "Es la que estaba, que se guardó en el jardín del colegio de San Gregorio y la han vuelto a poner tras la restauración para darle uso como archivo municipal".

Fue en 1966 cuando el Ayuntamiento de Valladolid se hace con el control efectivo del edificio, aunque el deterioro va en aumento hasta que se decide restaurar y convertir en Archivo en 1999.

Un recorrido que permite sentir, e incluso tocar, unas migajas de ese patrimonio perdido y que tanta añoranza provoca a los vallisoletanos. Para recrearlo plenamente, con todo lujo de detalles, siempre quedará Delibes.


Antiguo silo. Parque Arqueológico de San Agustín. Foto: Rebeca P.

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