La opinión de Guillermo Delgado, como cada lunes, en TRIBUNA
Claveles del ayer
El que fuera alcalde benefactor de una docena de mujeres de Tordesillas a las que dotó en una manda testamentaria cumplida y además propietario de una ganadería de toros bravos que dejaría a su hermanastro Tertulino Fernández Reinero es el retrato que hemos conseguido y que, con decisión alegre ponemos en Tribuna de Valladolid para que sus lectores, en especial los de Tordesillas, lo conozcan.
Hace tiempo escribí acerca de su decisión por la que se olvidaba de todo y lo entregaba a su hermanastro y hoy, al recibir su fotografía de un seguidor y amigo, se me ha alegrado la pajarilla más por recadar su imagen y ofrecérsela a los seguidores para que lo conozcan que por cualquier otra cosa.
Pedro Gómez de Rozas, alcalde de Tordesillas y su casa con el torreón de los toros, un lugar emocional y enigmático, lleno de recovecos, corrales y estancias donde a la subida del mismo se guardaba una biblioteca taurina hoy desaparecida y unas cabezas de toros de Tordesillas que se lidiaron en Pamplona.
Este sitio es el lugar en donde vivió y se desarrolló el tronco originario de una familia de ganaderos de toros de lidia que alcanzó una gran fama en el pasado siglo, codeándose con todos los importantes de la época.
En una de las dependencias de la Casa Consistorial, tallado en forma, pues todavía hace efecto de archivador de causas perdidas, conformaba un conjunto más que digno de aquella época.
Es cierto que ahora prima más el mobiliario de oficina actual en vez de este otro arcaico y de otro tiempo pero que tiene en sí mismo mucho más valor testimonial, artístico e histórico que cualquier mesa de oficina metálica de los nuevos tiempos y modas.
Pedro Gómez de Rozas, abogado, fue primero concejal (1904) y luego Alcalde de Tordesillas (1905) en el período de comienzos del siglo XX. Para que luego digan con la canción "duran las cosas sencillas... Dura el paso sosegado del Duero por Tordesillas".
Su nombre figura en la misma grabación en la madera del mueble.
Y aunque casi todo se fue por el pozo airón del olvido, aún nos queda el armario.