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ROJOS en el LAVA

La crónica cultural de Ágreda en Tribuna

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ROJOS en el LAVA
Foto: Nacho Carretero.
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.
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En este mundo moderno donde todo es licuado, desmemoriado, vocinglero y mentiroso ir al LAVA tiene algo de actividad secreta, minoritaria -gracias a Dios- tiene algo de actividad de secta, clandestina , como si de pronto uno anduviera por un callejón oscuro sin salida. Un callejón en el que de repente uno sufriera un apuñalamiento por un desconocido y allí tirado, desangrándote, no tuvieras la fuerza para pedir auxilio, para pedir socorro...

Rojos de la Cía. Miquel Barcelona mantuvo en silencio al público del LAVA durante 70 minutos exactos. Miquel Barcelona, Helena Gispert, Martí Güell y Bea Vergés contaron una historia donde de repente un día suena el despertador, pero no puedes ir al trabajo, porque la pequeña burbuja en la que vivimos ha desaparecido. El mundo ha cambiado, el hambre, la guerra, la venganza, el horror llama a tu puerta. Eres ucranio ¿quién se imagina eso, cuando ahora llegas a casa enciendes la calefacción, te tomas un sándwich y pones el fútbol?

Rojos aborda en la Sala Concha Velasco (LAVA) uno de los episodios más terribles de la historia de España. Y lo cuenta a través del cuerpo, la música y la palabra. Y hay momentos en que el espectador tiene una emoción creciente, una emoción necesaria a poco que uno ponga de su parte. Es necesario, casi obligatorio que el espectador ponga lo que le falta al espectáculo para que este sea completo.

Visto ahora, ROJOS son 70 minutos de valor, entusiasmo y talento para los tiempos que corren. Llevamos una temporada en el LAVA, hay que decirlo muy alto para que se oiga hasta en la calle Las Angustias, que estamos viviendo un gran momento escénico, en el que el talento no falta. Qué haría estos programadores si contaran con más presupuesto e infraestructura y una verdadera convicción por los mandamases de que el teatro es cultura, espíritu, gran acontecimiento. E industria.

Porque Rojos obliga al espectador a viajar. A viajar a sitios que pensabas que nunca te llevarían, a "conocer el hielo y a los orangutanes". A sitios que ahora sabes que no te gustan. Ahora que han pasado unos días echo la vista a tras, paseando por el canal que está precioso y me emociono recordando ese final tan operístico que hubiera firmado el propio Wagner. Porque de lo que se trata es que cuando uno salga al Paseo de Zorrilla se muestre más tolerante y que se pueda hablar con el otro sin el insulto en la boca. Es utopía, pero y qué.

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