El artista actuará el próximo 26 de abril en el parking del Estadio José Zorrilla
El mejor concierto del año
'Palabras contra el olvido'
Suenan los primeros compases de La vida breve de Manuel de Falla en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD y en las notas que llegan al oyente se revelaba una especie de conocimiento musical hasta el punto de que se podría decir que a esta hora de la tarde- noche las ideas que le vienen a la cabeza son complejas y precisas, valga la paradoja.
La técnica y la precisión del maestro Josep Pons que esta noche dirige a la OSCyL están subordinadas a una disciplina y un cálculo que emanan de un director inteligente que se pone al servicio de la propia música. Sonó La vida breve tan extremadamente bien que cuando el público volvió "a la vida" su sentido de las cosas y de la navidad había cambiado por completo. La música, todo el mundo lo sabe, hace milagros.
Luego llegó Maurice Ravel con Shéhérazade. Tres poemas para voz y orquesta sobre versos de Tristan Klingsor. Y apareció en escena la soprano Patricia Petibon y aquello se convirtió en reflexión, conocimiento y búsqueda. Qué bueno, no sé, que todos esperábamos más que nos conmoviera más, que llegara, más... que más. Pero no. Hay veces que la música es tan cerebral que a veces no trasmite nada.
El caso es que por momentos "el francés" de Petibon sonaba exquisito e íntimo. Cada verso, cada estrofa que cantaba se convertía en un juego de sugerencias que había que adivinar y descubrir. Se escuchaba en la sala sinfónica una música etérea, inaprensible casi y donde se reconocía por entero la maestría de Maurice Ravel.
La OSCyL está, hay que reconocerlo, en estado de gracia y además si llega un maestro de la talla de Josep Pons pues "miel sobre hojuelas". Porque esta noche Pons nos está regalando toda un lección de cómo se dirige a una de las posiblemente mejores sinfónicas de España. Su entusiasmo y su talento puestos al servicio de la orquesta convencieron al público que saboreó y disfruto de un Ravel de muchos quilates.
Josep Pons y la OSCyL se sumergieron en la música de Ravel y absorbieron con pasmosa facilidad de la esencia de lenguaje y ofrecieron al respetable un concierto extraordinario. Para mí el mejor de la temporada. La partitura existe cuando los músicos la transforman en sonido. Y el oyente tuvo la oportunidad de habitar un universo sonoro gracias a los sonidos. Un universo cuyo sentido curiosamente resulta muchas veces incompresible.
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