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Thierry Fischer toma la OSCyL

La Sinfonía n.º 96 de Haydn y la Sinfonía n.1 de Brahms se llevan escuchando varias temporadas en el programa de la OSCyL

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Thierry Fischer toma la OSCyL
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

La felicidad está en la repetición. La Sinfonía n.º 96 de Haydn y la Sinfonía n.1 de Brahms se llevan escuchando varias temporadas en el programa de la OSCyL. El Concierto para violonchelo y orquesta 'Never give up', op.73 de Fazil Say se escucha por primera vez en la Sala Sinfónica Jesús López Cobos del CCMD. Debuta como director titular Thierry Fischer que llega al podio con paso firme, seguro de sí mismo y sonriente. Se le ve feliz.

Dirige todo el concierto con batuta. El Haydn que nos propone esta noche "nuestro director" es, a su imagen y semejanza, con las dosis justas de lirismo que inevitable lleva implícita la sinfonía del maestro. El arranque dulce, amembrillado no es ni lento ni transcendente. La música avanza a ritmo otoñal, gradualmente. La batuta de Fischer modula el volumen sonoro de la OSCyL y el grado de tensión va in crescendo. El Adagio-Allegro resulta intimista, ligero, transparente. El Andante es descriptivo y llega al patio de butacas nítido y relajante.

Luego llega el Concierto para violonchelo de Fazil Say y aquello cuesta digerirlo. Y eso que Alban Gerhard trae aprendida la lección. Su violonchelo sonaba quejumbroso, con una tensión prebélica que dejaba en el patio de butaca una punzada de temor y dolor a partes iguales. Todo era desazón. Menos mal que en el tercer movimiento la música alcanzó el punto que permitía mirar al futuro con un poco de optimismo. Porque la melancolía sea había apoderado del público y no le dejaba respirar. Se veía en sus caras y en sus manos que arrugaban el programa de mano hasta dejarlo inservible.

Alban Gerhardt se apiadó de nosotros en la propina y nos obsequió un Bach sabroso como el jamón 5 jotas. Es lo que tiene escuchar música que has escuchado muchas veces que te permite cerrar los ojos, subirte a tu alfombra voladora y aterrizar en un paisaje conocido, hospitalario donde siempre eres bien recibido y por un rato te encuentras allí como Dios. ¡Cómo no creer en Dios si existe Bach! Dijo Eliot Gardiner.

Descanso. Copaza de cava frío que el cuerpo agradece y tú lo notas y a esperar a Brahms.
La Sinfonía n.1 de Brahms tiene una cualidad: te hace sentir vivo porque genera en ti una reacción estupenda que te hace sentir bien. Para qué más. Ir por las tardes al CCMD es una buena costumbre que hay que mantener. Como diría Borges, la muerte y la siesta son otras. También es nuestra suerte que Thierry Fischer y la OSCyL permita al que escucha desparecer de este mundo durante un rato.

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