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La muerte del torero

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La muerte del torero
Ágreda L.M.
Ágreda L.M.
Lectura estimada: 2 min.

De Daniel Vázquez Díaz (1882-1969) Mirar un cuadro siempre reporta beneficios. Un cuadro va cambiando con el paso del tiempo de un modo imposible de predecir. Mirar lleva su tiempo. Este cuadro de Vázquez Díaz que ilustra estas letras he pasado muchas tardes contemplándolo. Durante esas tardes el cuadro se incrusta en mi mente y en mi cuerpo. Los cuadros taurinos conforman un universo lleno de simbolismos y códigos.

Llega la Feria de Nuestra Señora de San Lorenzo y llegan los toros a Valladolid los días 8,9, 10 y 11 de septiembre. De nuevo, otra feria más. Tiempo para la espiritualidad y la vuelta de los rituales. Tiempo para la emoción, para confrontarse con lo extraño. ¿Hasta qué punto la emoción que desprende este cuadro de Vázquez Díaz en el espectador se puede comparar con la experiencia humana que lleva consigo una corrida de toros?

El arte de la tauromaquia, como todas las artes necesita la presencia del espectador y su inteligencia porque siempre manifiesta más cosas que unen a los seres humanos que los separan. El arte y la muerte son actos contra el olvido y lo anodina que resulta la actualidad. Este magnífico cuadro se puede interpretar como una manifestación de un drama. Cuando llega la muerte uno ya no está.

En primer término yace el torero muerto. Contrasta la blancura de su cuerpo y de las sábanas con el verde que te quiero verde de su capote. El cuadro respira por los cuatro costados un respeto y una tristeza silenciosa. Ocupando el primer plano la figura femenina, sentada a los pies de la cama, mira como una virgen dolorosa al torero muerto en la plaza de toros.

Mi mirada se ve atraída por la figura del hombre más alto que ocupa el lugar central del cuadro. Parece absorto en sus pensamientos. Se estará preguntado cómo será la vida ahora sin la presencia de su amigo. La pérdida de un amigo es una herida que te marca para siempre. Todas las demás figuras del cuadro de Vázquez Díaz llevan la pena trenzada en sus rostros. Pena, penita, pena.

Tienen un semblante los hombres de los cuadros serenos y a la vez turbados. Esos mismos rostros se verán estos días en la Plaza de Toros de Valladolid mientras el Juli, Morante, Manzanares, Perera, Luque, Tomás Rufo, Urdiales, Roca Rey, Sergio Galán, Rui Fernades y Diego Ventura despliegan su arte y retan a la muerte cara a cara. La muerte para ellos no es una abstracción.

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