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Misión sostenible

Por María Teresa Pérez Martín

¿Hay vacuna para la crisis climática?


El informe del Observatorio Mundial de los Mercados de Energía de este año revela las pautas para tomar medidas deliberadas y drásticas contra el cambio climático, al mismo tiempo que aborda los desafíos inmediatos relacionados con la pandemia de Covid-19. La idea es elaborar una estrategia a nivel mundial que genere resiliencia a corto plazo, a la vez que se mejora la sostenibilidad a largo plazo.

 

Según el informe, aunque la demanda de energía se frenó, las emisiones globales de gases a efectos invernadero continúan creciendo. La buena noticia es que el uso de las energías renovables se acelerará a medida que las tecnologías de generación y almacenamiento continúen madurando. Se incrementa así el peso de las renovables en el mix energético. También se prevé que los paquetes de recuperación ecológica relacionados con Covid-19 puedan ayudar a acelerar la agenda del cambio climático. Esta pandemia puede ser un impulso para encontrar una “mejor normalidad”, siempre que los gobiernos aprovechen los proyectos de ley de estímulo económico y los paquetes de recuperación para acelerar y priorizar las iniciativas “verdes”. Se trata de poner en práctica las medidas adoptadas en el Pacto Verde Europeo para aumentar la proporción de energías renovables e hidrógeno verde, especialmente dentro del sector de la movilidad; apoyar las medidas de eficiencia energética en la rehabilitación de edificios; habilitar la red inteligente a escala para respaldar la transformación de la industria, así como la convergencia de productos básicos y redes; y fomentar un cambio radical en los patrones de consumo.

 

Si bien la crisis climática no tendrá vacuna, el Covid-19 puede servir de ensayo clínico para buscar soluciones al reto climático, ya que arroja luz sobre los agujeros de los sistemas actuales, permitiéndonos conocer mejor la capacidad de las empresas, gobiernos y sociedades para pivotar rápidamente, educar e innovar en tiempo real y transformarnos en respuesta masiva ante una amenaza global. Se fortalece así las inversiones en la ciencia para la toma de decisiones basada en la evidencia, independientemente de la visibilidad o invisibilidad de los signos de la amenaza. Pero también se fomenta un renacimiento de la atención, donde las necesidades de los más vulnerables y los que los apoyan son lo primero; se hace más visible el trabajo de aquellas personas que durante tiempo ha sido poco valorado. El distanciamiento físico nos invita a desaceleremos y ser más conscientes de la importancia de las relaciones entre nosotros y con el mundo natural. Y, por último, nos ejercita en el constante equilibrio ético entre las medidas de salud pública y sus consecuencias económicas. 

 

A diferencia de lo que ocurre con esta pandemia, no podemos esperar a que salga una vacuna que frene el impacto del cambio climático, ni confiar en que la ciencia lo solucionará todo. Al igual que se han adoptado medidas sociales y cambios sistémicos para frenar el virus, deberíamos aprovechar el esfuerzo social de cambio de hábitos para introducir comportamientos más sostenibles, menos contaminantes, con menor huella de carbono, porque el cambio climático es también una emergencia sanitaria.  

 

En otras palabras, esta pandemia nos desafía a reinventar e implementar una nueva mentalidad que se define por una voluntad colectiva de prepararnos, adaptarnos, ser ágiles y flexibles frente a la incertidumbre y el cambio, de manera que consigamos que el mundo sea un lugar más ecológico tras la pandemia del Covid-19.