El programa diagnostica algún grado de deterioro en el 22% de las personas analizadas
El agasajo de la matanza
Una nueva entrega de 'Tordesillas, Claveles del ayer' como cada domingo
Recordando aquella vieja historia de lo sucedido en un pueblo de Badajoz, llamado Castilblanco, donde la matanza del cerdo fue el motivo de una desasosegadora historia que acabó con la vida de varias personas en aquellos terribles y fatídicos tiempos del año 1935, traigo hoy el recuerdo de una acción propia de Tordesillas y seguramente de los pueblos comarcanos cuando se celebraba en invierno la matanza del cerdo.
Al llegar las fechas de San Martín sonaba el clarinete del pregonero, anunciando que comenzaba el tiempo de las matanzas, que se extendían hasta los fríos de enero, cuando a muchos puercos les llegaba la hora del cachetero, pues su carne, su sangre, sus tripas, sus huesos y hasta sus chitas servían para paliar el hambre de las familias, era el momento de la alegría, el compartir, la cuchipanda, la risa y sobre todo llenar la andorga de barato.
Matar el marrano traía un motivo de alegría, fiesta y compartir entre familias tordesillanas, de las que muchos ni lo han vivido, ni se acuerdan ni quieren recordarlo, pero que celebrarse se celebró en muchas casas de la Villa.
Alrededor de una mesa se sacrificaba al cerdo engordado y, poco después, tras estazarlo, picar su carne para elaborar el rico chorizo, secar los jamones y adobar tocinos y lomos en la olla, las risas se acompañaban con el tentempié del orujo o del anís más que nada para quitar la sensación del frío mañanero hasta que la hoguera chamuscaba al cerdo.
Pues bien. En Tordesillas existía la costumbre de "llevar el agasajo" a los vecinos y amigos, obsequiándoles con un cacho, un pedazo de la carne, calducho de sangre para hacer las arraspas y un tasajo de tocino, siempre bueno para el cocido, plato típico rural de redondez culinaria.
Hoy quiero ofrecer en este clavel, el agasajo del recuerdo, preparados para el invierno, con un par de fotografías donde se aprecia una matanza de cerdo en cualquier corral de nuestro pueblo y donde los chicos recibíamos del matarife las chitas que llegábamos a rechupetear gustosos. Y es que cuando hay hambre, no hay pan duro.
El rito de la matanza, otra actividad casi perdida ya de nuestras vidas. Así que no esperéis agasajo alguno salvo este de la estampa que trae TRIBUNA DE VALLADOLID.