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El magisterio de Jordi Savall
La crónica cultural de Ágreda de este jueves para Tribuna
Jordi Savall llenó el otro día la Sala de Cámara del CCMD. Su capacidad de extraer del instrumento que toca matices exquisitos, recuerdos lejanos que nos emparentan con otras culturas y, sobre todo, esa capacidad de sumergirse en la música y de sumergir igualmente al público en la esencia de la música, da igual el siglo, esta noche nos lleva hasta el siglo XIV, es única.
Le acompañan en la sala otros dos maestros: Hagan Güngör, nacido en Ankara que toca el kanun primorosamente y Dimitri Psonis, nacido en Atenas que deleita al respetable con la percusión, Santur, oud, y guitarra morisca. La explicación que ofreció Savall del origen de los instrumentos bien vale ya con creces el precio del concierto. Maestro en el amplio sentido de la palabra.
Es en nuestros días cuando está música que ejecutan Savall, Güngör y Psonis es capaz de crear espacios, recintos de tolerancia y resocialización. Lugares de encuentro y de meditación. Refugios individuales frente al ruido del tiempo y la intolerancia que acecha a la puerta de la esquina como un perro rabioso.
Esta música anónima del año 1450 y 1500 pervive en el tiempo, subsiste como un fantasma más allá de la época en que la fue escrita. A lo largo de los años van adquiriendo significados que se añaden, a modo de sedimentos, a su sentido inicial. Cuando el espectador de hoy la escucha y la disfruta la incorpora a su vida y la emancipa del periódico histórico en que fue concebida.
El sonido de la viola de gamba que sale de las manos de Jordi Savall es un respiro en esta tarde invernal donde el ruido de las motos infecta la ciudad. A los cinco minutos de escucharla ya te has ido de este mundo, te has ido del presente inmediato imperativo y ya no vas a volver hasta que te llamen por megafonía.
Leibniz decía que la música era una ecuación inconsciente del alma. Los grandes intérpretes, como los que estamos escuchando esta noche, saben llegar a ciertas verdades que al espectador le toca la fibra y en eso precisamente reside su genialidad y que esta música nunca muera.
El público escuchaba con los ojos cerrados. Pero en vigilia. Las maneras elegantes de estos excepcionales músicos, sus cuidadas interpretaciones, con la medida justa y graduación minuciosa; unos instrumentos dialogando con otros posibilitaron que cada nota fuera una punzada de placer en el corazón del oyente.
Las quinientas y pico afortunadas personas que llenaron la sala de cámara aplaudieron sin cesar y puestas en pie a los tres maestros que "nos habían dado de gozar".
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