SISIS
Hace no mucho tiempo acapararon portadas los jóvenes que no podían o no querían ni trabajar ni estudiar. La desidia o el desánimo presidía su hoja de ruta diaria y el no ver una salida clara a su futuro les llevó a destinos que mejor no transitar.
El pasado martes se coló de rondón, casi imperceptible, por el horario y la cadena, una noticia que debería ser portada nacional y de obligatorio conocimiento en colegios e institutos.
Un grupo de jóvenes realizaba estudios universitarios a la vez que trabajaba.
Combinar la formación en Arquitectura mientras se trabaja en una empresa de catering, estudiar enfermería a la vez que se lavan coches los fines de semana o asistir a las aulas de psicología compaginando con impartir clases de inglés en centros de acogida, fueron alguno de los ejemplos que contenía el reportaje.
A la mayoría de ellos no les interesaba la política, casi no usaban las redes sociales y les faltaban horas al día para poder estar con los suyos, familia y amigos.
Pero eran muy conscientes del mundo que les había tocado vivir, del coste de las cosas, del esfuerzo que requiere poder compartir un piso cuando no vienes de familia pudiente. Se les veía contentos, satisfechos por poder compartir estudios y trabajo.
Ni una queja al poder establecido ni un pesar por venir de familia humilde.
El mismo día y en titulares, un grupo de hombrecitos había llamado de todo por las ventanas de su colegio mayor a las vecinitas. Improperios inocentes de jóvenes desde residencias católicas, en los que cada uno de mes el recibo de su estancia, con desayuno, comida, cena y cama incluida es abonado por los papás y mamás.
Son vidas distintas, tan respetables las unas como las otras, con distintos objetivos.
Mientras en las universidades al acabar las clases unos cogen metro o bicis para ducharse e incorporarse al trabajo otros forman asambleas para reivindicar la soberanía del territorio nacional, la ilegalización de los partidos independentistas y la defensa de la bandera.
Los primeros no han escuchado los abucheos al presidente o al menos no lo han dado mucha importancia. Los segundos han compartidos en sus móviles de última generación las imágenes del retraso que sufrieron los Reyes. Una vergüenza de protocolo.
Esos jóvenes de los que hablamos, dentro de unos años serán nuestros gobernantes o nuestros enfermeros o arquitectos.
A rezar para que los residentes en residencias encuentren salidas en el extranjero en puestos de alta dirección o mucho me temo que si siguen aquí, en unas décadas como no vayas con la pulsera de la nación a las entrevistas de trabajo te toque seguir limpiando coches para pagarte el alquiler de la casa con cincuenta años.
Cuando escuchan a "GA-GA", nuestro vicepresidente, llamar "imbécil" a otro miembro del hemiciclo, a unos le da pena y a otros le allana el camino para poder seguir llamando a las vecinitas lo que se les dé la gana.
Pero nadie se puede imaginar qué bien duermen cuando llegan a su casa compartida los "SISIS".