Durante el verano los pueblos se llenan de vida, toman el testigo de convertirse en residencia estival al mismo ritmo que las ciudades se vacían. Ofrecen una vida sosegada para dejar atrás el caos de la ciudad. El ambiente familiar, los paseos tranquilos, horarios inexistentes, conversaciones con personas que apenas conoces, comidas caseras y fiestas son la tónica que viven los que deciden veranear en un pueblo.

De telón de fondo en las vacaciones veraniegas de José Miguel Vara está el pueblo Muriel de Zapardiel, con su característica torre separada de la iglesia, algo que suele llamar la atención de los turistas. Vara y su mujer nacieron y se criaron en Muriel de Zapardiel, y aunque ahora viven en Medina del Campo, el pueblo de su niñez sigue siendo su templo durante los meses estivales. Tienen dos hijos, la mayor de siete años y el pequeño de seis. Ellos también disfrutan de la libertad que les ofrece Muriel. Y sobre todo, sus padres agradecen la tranquilidad. "No hay peligro aquí en el pueblo, hay poco tráfico", asegura Vara. "A lo mejor vas a la plaza y hay 40 niños jugando, de todas las edades", dice.

Un clásico de los pueblos son sus fiestas. Los mayores disfrutan de las peñas, pero Vara asegura que lo que más destaca son las actividades para niños y personas mayores. "Han cambiado mucho, antes había vaquillas y ahora hay juegos, agua, concurso de disfraces, verbena, etc." Para los más mayores organizan actividades como la petanca o la Calva.

No faltan las comidas más españolas como parrilladas, paellas y grandes meriendas, preparadas por los más sabios del lugar. La última jornada de las fiestas de Muriel de Zapardiel es el 'Día de la bici'. Pedalean hasta un pueblo, les dan limonada y cuando vuelven a Muriel les espera un plato de huevos fritos con chorizo.

"Estar juntos"

El "concepto de familia" que se disfruta en los ambientes rurales es lo que ha conquistado a David García, a su mujer y a sus hijos, que solían veranear únicamente en algún punto de la geografía que tuviera playa, y pasaban días contados en el pueblo de su mujer, Torre de Peñafiel.

Cuando los hijos de David crecieron comenzaron a dejarse ver por el pueblo más hasta convertirse en auténticos veraneantes de Torre de Peñafiel. El mayor tiene once años y la pequeña, cinco. Su padre afirma que les gusta el pueblo "más que otra cosa". Estar juntos, comer todos unidos o no tener horarios son los ingredientes perfectos para David. En las fiestas se une todo el pueblo para comer. Cocinan una paella y unos pollos asados, lo que denominan coloquialmente como la "pollada", y comen en la calle. "Es una piña todo", explica.

A los niños de entre nueve y catorce años les preparan rutas con bicicleta, van de excursión a algún pueblo que esté cerca o, por ejemplo, visitan las Hoces del Duratón para vivir una aventura en piraguas. Para los que disfrutan más de actividades culturales también hay planes. Cerca de Torre de Peñafiel se descubrió un poblamiento del Neolítico y tumbas de las épocas romana y visigoda.

Si David tuviera que ponerle un "pero" a la vida veraniega allí sería la cobertura. "Mi mujer está intentando teletrabajar. Ha tenido que irse a otra casa más abajo donde tienen una conexión más antigua", puntualiza.

Escapar de la gran ciudad

Los pueblos son uno de los destinos predilectos para aquellos que viven en las capitales, sobre todo, para los madrileños. "Vienen a desconectar y se involucran mucho con la gente del pueblo", afirma Vara, que asegura que últimamente en Muriel de Zapardiel se están comprando muchas casas y predominan los veraneantes procedentes de Madrid.

Las hijas de Pablo García han heredado la gran experiencia de veranear en Tiedra, tal y como hacía su padre en su niñez. La familia vive en Madrid pero, al igual que Pablo durante su infancia, intentan pasar el mayor tiempo posible en Tiedra. "Es distinto a cómo lo viví yo. Iba con mis amigos y con sus padres a ordeñar, esquilar, empacar, cosechar, etc." En cambio, sus hijas no tienen amigas cuyos padres se dediquen al sector primario. No obstante, Pablo asegura que el Ayuntamiento de Tiedra ha sabido reinventarse y proponer actividades atractivas para niños y adultos. Por ejemplo, la empresa mielera Setentaynueve prepara una auténtica experiencia como apicultor. "Se ponen los trajes de apicultor, ven las colmenas, les explican todo y luego visitan la nave para aprender cómo es el proceso completo de la miel", comenta.

También destaca la liberación, en contraposición con la carrera de obstáculos y de fondo que supone el día a día en Madrid, donde todo son "horarios, prisas, peligros, coches, etc.", mientras que en Tiedra da a sus hijas "una libertad que en Madrid no tienen. Las ayuda a ser más autónomas y son capaces de hacer cosas que ni nos planteamos en la ciudad, como irse con sus amigas".

Además de vivir la experiencia personal, veranear en Tiedra le sirve profesionalmente en su carrera como profesor. Los años en los que daba clase a niños de primero y segundo de primaria, y les preguntaba que de dónde salían las patatas, los más pequeños respondían que "de la bolsa". Entonces Pablo, en una de sus visitas a Tiedra le pidió a un amigo agricultor unas patatas "recién arrancadas de la tierra, con mata y todo", las metió en un saco y las llevó a Madrid. "Los niños me preguntaban que qué era, empezamos a quitar tierra y arena", y cuando comenzó a parecerse a las patatas que ellos ven en los supermercados "no daban crédito".

Veranear en un pueblo es atreverse a salir de la rutina y ajustarse a una vida pausada y atractiva para desconectar y disfrutar del buen tiempo. Un pueblo ofrece mucho más que las fiestas veraniegas. Regalan tranquilidad y libertad a padres e hijos, grandes paelladas, excursiones a pie o a bici y muchas "primeras veces".