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Momentos decisivos de la Conquista de Hernán Cortés (yIII)

El profesor Ramón Tamames cierra su trilogía para Tribuna Grupo en su sección Ancha es Castilla (y León)

Momentos decisivos de la Conquista de Hernán Cortés (yIII)
Tribuna
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Con este artículo se completa una trilogía para los lectores de Tribuna, sobre la conquista de México por Hernán Cortés y sus hombres, españoles en número de unos cuatrocientos, y tlaxcaltecas y otros indígenas mexicanos en número de muchos miles. El primer episodio a que nos referimos es la llegada de Cortés a Tenochtitlán (8.XI.1519). El segundo (22.IX.2021), versó acerca de la Noche Triste, con sus consecuencias y el decidido propósito de Don Hernán de volver con todos los medios precisos para tomar definitivamente la capital del imperio azteca. Un propósito que se confirmó con la triunfante batalla de Otumba. Y el tercer episodio es el de hoy: la reconquista de Tenochtitlán, la más dura y cruel batalla de 75 días y 75 noches, hasta el 13 de agosto de 1521, fiesta de San Hipólito. Y lo de reconquista, porque Moctezuma ya había aceptado ser súbdito de Carlos V"

Cuauhtémoc sitiado por Cortés

Anteriormente en esta serie, hemos visto cómo se configuró en Don Hernán la idea de la reconquista, que empezó con una serie de castigos importantes a las fuerzas ribereñas de la laguna que podrían haber ayudado a las mexicas. El cerco cortesiano de Tenochtitlán se produjo con toda una gran estrategia de neutralización de posibles aliados, que al final sólo pudo contar con su vieja triple alianza, de Coanácoch (Tacuba) y Tetlepanquétzal (Texcoco).

También dentro de la misma estrategia "que hoy se estudia en muchas academias militares" estuvo la botadura de los trece bergantines -cada uno con su cañón, sus remeros y sus soldados-, construidos en Tlaxcala. Embarcaciones que fueron trasladadas, en partes separadas, a la laguna, para allí proceder a su ensamblaje definitivo, con vistas a tener el dominio del medio acuático. Algo nada fácil, ya que los mexicas, con sus miles de canoas, eran conocedores de los vericuetos de los canales y de las diferentes profundidades en cada parte del lago.

En ese contexto, el primer gran objetivo cortesiano fue la destrucción del acueducto de agua potable de la ciudad. A lo que siguió la ocupación de las calzadas de acceso a la gran ínsula que era Tenochtitlán, a fin de cortar todo tránsito de personas y ayudas materiales a los sitiados.

Una vez iniciada la gran batalla, Cortés se propuso acabar con el mayor depósito de provisiones de sus contrarios, situado en Tlatelolco, al noroeste de la ciudad. Para lo cual, ordenó a sus capitanes Alvarado y Sandoval atacar el gran mercado que allí había. Una secuencia trágica por la ferocidad de la defensa indígena, que logró la captura de 62 españoles; con un efecto demoledor en la tropa española que vio cómo eran sacrificados y canibalizados, uno a uno, en medio del mayor alborozo de los mexicas.

La destrucción inevitable de Tenochtitlán: San Hipólito 13

La lucha dentro de la ciudad fue muy dura, con avances y retrocesos, en un guerrear que empezaba cada día. Por lo cual, Cortés decidió ir consolidando su avance de cada jornada, asolando por entero el espacio recién conquistado. Ordenó a los bergantines que incendiaran todo a ambos lados de cada canal; incluido el Palacio de Axayacatlan "donde los españoles tuvieron su primera residencia", sin perdonar para nada la mismísima Casa de las Aves de Moctezuma. Esa acción demoledora en su conjunto equivalió a destruir la ciudad por completo, a la que contribuyeron con entusiasmo los indígenas aliados (tlaxcaltecas, cholutecas, toconecas, etc.), con palas y azadones para arrasar todo lo que recordara a los odiados aztecas.En ese trance de aniquilación, el 24 de julio de 1521 ardió en llamas el propio palacio de Cuauhtémoc, lo que dio nuevos ánimos a los sitiadores, que ya eran dueños de las tres cuartas partes de la ciudad, pero aún con sangrientas refriegas día tras día, cundiendo el hambre y las enfermedades que debilitaban la indómita resistencia indígena. Varias veces ofreció Cortés un armisticio sin que Cuauhtémoc aceptara.

Al final, llegó San Hipólito 13, agosto de 1521. Cuando Don Hernán instruyó sobre cómo asaltar el último reducto de Cuauhtémoc, en un lugar difícil de alcanzar por tierra. Ordenó a Sandoval, almirante de la flota de bergantines, que completaran el cerco de los que aún resistían en esos lugares, y que buscaran a su emperador, al tlatoani. Siendo éste sorprendido cuando estaba disponiéndose a abandonar Tenochtitlán, cruzando la laguna, para refugiarse en algún lugar que pudiera acogerlo y proseguir la lucha fuera de la ciudad.

Se rinde el tlatoani

El capitán Sandoval organizó la captura, que hizo su lugarteniente, García Holguín, al seguir una canoa grande, en fuga, que según apreciaron llevaba al principal de los aztecas con sus mujeres, en compañía de los citados caciques Coanácoch de Tacuba y Tetlepanquétzal de Texcoco. Los tres señores de México abandonaban la escena, vistiendo mantas de maguey (agave), muy sucias, sin insignias de su alta categoría. Una vez apresado el tlatoani, hubo un breve diálogo entre él y Cortés, que quedó registrado en la segunda carta de relación de Don Hernán al rey-emperador Carlos:

Cuauhtémoc llegóse a mí y díjome en su lengua, que él ya había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos, hasta venir en aquel estado; que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le matase.

Cortés preservó la vida de Cuauhtémoc, continuando, formalmente como tlatoani por casi cuatro años, durante lo que fue el más excelso periodo para Don Hernán. Ya cuando Carlos V le había designado gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España.

Durante ese tiempo, el más inteligente de los conquistadores gobernó el territorio de los mexicas y los agregados inmediatos que conquistaron sus capitanes; que alcanzaron las costas de la Mar del Sur, zonas muy amplias en la meseta del Anáhuac, y más al Oeste de Veracruz en la costa del Atlántico. Configurando así una vastedad varias veces la del original contorno azteca.

Muy a pesar suyo, Cortés nunca fue virrey de la Nueva España. Acabó siéndolo Don Antonio Mendoza, desde 1535. Instaurándose así el régimen virreinal para un tiempo de casi tres siglos, con 64 sucesivos virreyes. Para alcanzar ese dominio en 1818 (según el Tratado Adams-Onís de España con EE.UU.), más de cuatro millones de kilómetros cuadrados; por encima del doble del México actual.

 

500 años después: qué pasa en España

Hoy, tras cumplirse los 500 años de la reconquista de Tenochtitlán, San Hipólito 13, muy pronto se celebrará, en otoño, en México -el primer país hispanohablante del mundo con sus 126 millones-, la independencia de España en 1821. Sin que todavía sepamos, a estas alturas, si habrá algún tipo de cooperación hispanomexicana para conmemorar la efeméride.

En ese sentido, la carta que en 2019 escribió AMLO, Presidente de México al Rey Felipe VI, sigue sin publicarse por entero. Sin que tampoco sepamos si hubo ya una contestación desde La Zarzuela al Palacio Nacional en el Zócalo. Un caso más de las negligencias increíbles del Gobierno español, que a veces parece querer olvidar nuestra presencia en la historia universal: en siete décadas desde el descubrimiento de América, España ocupó, o tenía visos de hacerlo, su hemisferio del Tratado de Tordesillas (1494): la mitad del mundo que fue de España, como he querido recordar en mi último libro, de ese mismo título. 

Los lectores de Tribuna pueden comunicarse con el autor a través del correo electrónico castecien@bitmailer.net