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Recetas para educar

Recetas para educar

Por Juan Carlos López

La vida es un collage


Los trocitos grandes: Conocer al amor de nuestra vida, el día de la boda, el sí del test de embarazo, el nacimiento de un hijo, nuestro primer trabajo, conseguir nuestra casa. Nuestra finalización de los estudios. Ese reencuentro con un ser querido después de mucho tiempo.

 

El ver que lo que sembramos empieza a dar fruto en la educación en los hijos, ver como valores e ideas que nacieron de nosotros, se extiende y hacen feliz a los demás.

 

Cachitos medianos: Ese viaje que se disfruta ya desde su preparación y que consigue que los tres días de viaje hayan sido tres semanas de ilusión. Ese proyecto que nos emociona. Ese examen que pasamos con éxito. Esa cena que preparamos con ilusión y se convierte en una velada interminable. Ese momento en el que nos regalan la confianza de contarnos lo más intimo desde la emoción compartiendo hasta las lágrimas.

 

Pero de lo que más hay son pedacitos pequeños, de los de “día a día”: un ratito hablando con alguien agradable, esa comida que nos encanta, una siesta en casita, tapado con la manta, un masaje, ese paseo entre los árboles, unas veces solo y otras con un buen amigo; una carrera en un día nevado, esa canción que nos saca emociones, el abrazo que nos regalan. La manita de mis alumnos que se me enganchan según camino por los pasillos. Ese halago que nos hace sentir útiles en la vida. Esa llamada por teléfono que nos deja con una sonrisa durante un buen rato. Las risas que nos mueven la barriga. Un sábado jugando con los niños. El calentarnos cuando hace frio, el beber cuando tenemos sed, la lectura de ese libro que nos acaricia el alma… Escuchar esa charla inspiradora que nos hace pasar un rato y al mismo tiempo nos pincha el culo para espabilar. Ese ratito de meditación, un paseo por el pueblo, recogiendo caricias de los vecinos, unos con un “hola” y una sonrisa, otros con un ratito más. Ese partido de baloncesto de un hijo, ir a patinar con tu hija. Hablar de la vida vivida con tu madre. Compartir una infusión con tus vecinos. El chocolate con churros, y las castañitas calentitas. Las tapitas de los domingos con mi suegro. Ver esa película de acción con los tuyos, o esa romántica que nos hace llorar. Ver los videos de cuando eran nuestros hijos pequeños.

 

Pero este collage a veces nos trae piezas torcidas, piezas que vienen del revés: Esa enfermedad a destiempo, ese hijo que no vemos feliz, ese trabajo que nos agobia, ese padre que se hace mayor y le vemos sufrir, ese miedo que se nos mete en la cabeza, esos pensamientos que parecen ir por libre en nuestra mente, esa persona que se cruza con nosotros y nos trae energía negativa. Esa relación que se tuerce, esa angustia por no llegar a fin de mes y no poder dar a los míos lo que necesitan, esa llamada del cole diciendo que las cosas no van bien con nuestro hijo, o ese camino que no se nos abre para poder desarrollar nuestro proyecto personal. La multa que nos trastoca los planes del mes. Esa separación de la persona que fue todo, y se va con otro porque lo nuestro ya no luce. Esa bofetada cuando la vida nos separa para siempre de nuestros seres queridos.

 

Y también hay piezas torcidas pequeñitas: cuando nos cruzamos con alguien que nos desagrada, una simple mala mirada, o una palabra que nos duele. Una mala contestación de nuestros seres queridos, o un bufido de un energúmeno en un coche.

 

Son pedacitos de vida llenos de heridas y de lecciones.

 

Estas piezas están preparadas para darlas las vuelta, pero tiene una condición previa, y es haber sacado el aprendizaje que nos traen, y una vez hecho, ya las podremos girar y colocar en el lugar adecuado de nuestra vida.

 

Muchas piezas no las elegiremos, sino que nos elegirán.

 

Dicen los hinduistas que tenemos dos visiones la del águila y la del ratón. La visión del ratón nos asusta cuando tenemos un problema delante, y no nos deja ver más. La visión del águila es la visión de quien se eleva y ve más allá, y ve que ese problema se pasará. Mi amigo cuando las cosas no le iban bien y le contaba este cuento de la visión del águila, me solía decir: “Sí, Juancar, pero a mí, tu águila cuando pasa por encima, me caga”. Pero aun así, ese problema terrible, también pasará.

 

Y este collage necesita dos elementos más para que sea estable: Necesita una base en la que apoyarse, y esa base suele ser amor, familia, hogar. Es lo que dará coherencia y orden a nuestra vida, donde apoyaremos el resto de las piezas. Y también necesitamos un barniz para dar por encima a todo el collage. Ese barniz, son las chispitas que le darán brillo, ese proyecto que nos ilusiona, esa cita del domingo, ese darnos sin esperar nada a cambio, esas hormiguitas en el estómago, ese espíritu aventurero.

 

La base, dura, pero el barniz necesita renovarse. Como dice Victor Küpper, “planta que no se riega, planta que se muere”. Debemos cuidar cada día nuestro collage con nuestra actitud positiva.

 

Si no tenemos la base, el collage se nos caerá. Y si no le fijamos con la ilusión, las piezas se nos volarán o se marchitarán.

 

Las bases y los barnices suelen ser bastantes comunes. Los cachitos son intercambiables, es decir lo que es en cachito grande para uno, puede ser mediano para otro, y viceversa