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Por Jesús Antonio Zalama Collantes

De Íñigo Quintero a Siloé: perdónalos porque no saben lo que hacen


Hace unos días, me puse a leer el siguiente artículo en ABC. En él, se habla del fenómeno viral de Íñigo Quintero y toda la mercadotecnia que debe de haber detrás de ello. También se empezaba desmintiendo a Iván Ferreiro, quien en 'Blacklladolid' vino a decir que las grandes compañías iban con retraso respecto a los artistas de este milenio, algo que expresa de manera contraria el artículo citado: "Entonces, las compañías se pusieron las pilas, llegaron a acuerdos con las plataformas de streaming antes de que sus propios músicos se enterasen de qué estaba pasando".

Sin embargo, no vengo a discutir ni este tema ni el artículo, que pese a estar publicado en ABC, rezuma un odio religioso y, principalmente, anticatólico que parece sacado de los apuntes de escritorio de Martin Lutero. Y este punto sí es el que quiero tratar en las siguientes líneas.

En el artículo de ABC se explica de forma minuciosa la ingeniería musical y de mercado detrás del éxito de Quintero, algo que nadie niega, ni su agencia de management, Acqustic. Al mismo tiempo, se cita a Marc Ros, cantante de Sidonie, quitando hierro al asunto: "A mí me parece muy bien que el chacal aproveche todos los medios que pongan a su alcance. No olvidemos que cuando los Beatles sacaron su primer single, Brian Epstein compró una tirada enorme de discos para poder aspirar a aparecer en las listas". Más adelante en el texto se dice, con espiritual atino, que "pagarán justos por pecadores", refiriéndose a que muchos artistas emergentes y de calidad quedarán sepultados bajo la mercadotecnia. Y es verdad, porque quien no tiene padrino no se casa.

¿Es casual que justo ahora, con el éxito de Íñigo Quintero, número uno de 'Top 50 Global' de Spotify con Si no estás, se revise tanto este tema? No, no lo es. En vez de un motivo de orgullo, el éxito se ha convertido en una especie de vergüenza nacional. ¿Por qué? Por la misma razón que hace que mientras alguien, incluso en Valladolid, asiste a un concierto de Siloé, no deje de molestarse por la cruz que llevan consigo en el escenario. Es tan simple como un tema de odio religioso, anticatólico, de intolerancia. La misma mano que escribe el artículo de ABC te señala la cruz de Fito.

Sabe Dios que no vengo aquí a defender el aparente círculo ultracatólico que rodea a Íñigo Quintero, pero sí su libertad para pertenecer a él y no criticar su música por ello. Una música que ni tan siquiera hace apología religiosa. Sucede lo mismo con las cuidadas letras de Siloé: si no adviertes de una posible lectura más allá del amor romántico, te quedas en este y no pasa nada, todos felices. Intentio auctoris e intentio operis.

Acabará por desaparecer, pero vivimos en un país que ha sido santo y seña de la religión católica durante siglos. A quien no le agrade, le aconsejo el mismo remedio que los demás nos aplicamos cuando atacan valores fundamentales en los que creemos: ajo y agua. Lo siento, sigue siendo más representativo de Valladolid una cruz que casi cualquier otro símbolo, al mismo tiempo que sigue siendo más representativo de lo nacionalmente español el disco de El mal querer de Rosalía que cualquier intento de rockabilly de Loquillo.