Hace años llenaron las fachadas de los hospitales de SACYL con pancartas reivindicativas. Trataban de lograr un ambiente más útil, cómodo y confortable para pacientes y trabajadores. Aunque el fin era bueno, los medios dejaban mucho que desear.
Esas pancartas aún siguen colgadas, ya desteñidas y sin atractivo, pero se lee el mensaje: “Espacio de salud, espacio de respeto”. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, pero menos aún si no llega a sacar un mínimo brillo y estas pancartas solo brillan por su ausencia de realismo.
Que el mensaje es interesante no lo va a negar nadie. Que el mensaje no se cumple empezando por la propia administración, es evidente. Los centros sanitarios no son espacios de respeto y eso no es nuevo. No caeré en el tópico de que los pacientes son impertinentes e irrespetuosos, porque igual que una ínfima parte lo son, la mayoría solo tiene buenas palabras. Tampoco caeré en el superpoder de los sanitarios por el cual, somos maravillosos, porque no es así.
Yo siempre digo que seré el peor enfermero a nivel práctico, pero no pueden achacarme mi interés real por el paciente y la gestión de un centro. Hay cientos de malas contestaciones que quedan ahí, en las habitaciones, sin que nadie reprenda al personal que las hace. Y cientos de actos que atentan contra la buena gestión de un centro interfiriendo en la salud de los pacientes.
Pero mi dilema favorito son los ceniceros. Hospitales que tienen ceniceros a la puerta y dentro del recinto, donde el público y el personal pueden consumir sus productos fumables sin restricción. ¿Dónde queda el espacio de salud? No solo es incongruente sino ilegal. La Ley 42/2010, en el artículo 7 alude a las prohibiciones y dice: “c) Centros, servicios o establecimientos sanitarios, así como en los espacios al aire libre o cubiertos, comprendidos en sus recintos.” ¿Se podría acondicionar una zona exclusiva para fumadores? Probablemente y sería la mejor opción tras 11 años de ley.
Como se ve, la utopía del respeto y la salud, son temas actuales en nuestros centros. Ni salud ni respeto, en concordancia con las pancartas casi invisibles. Tampoco se puede esperar que un lema cale en la sociedad si la política que lo acompaña es, exclusivamente, una tela pintada.