Esta semana tenía intención de tratar el tema de mi libro, mi segunda publicación llamada Efectos Secundarios. Pero no me va a ser posible porque la actualidad política sanitaria ha decidido hacer un esperpéntico ridículo una vez más.
Cuando todo parecía encaminado a que los partidos políticos tomasen una decisión en común contra la pandemia, las notas musicales de las elecciones se han dejado oír por la televisión. Esto de ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro, no es nada. Algunos prefieren ser el cura en los tres eventos para protagonizarlo todo.
Ya empezó mal la semana con las críticas al sistema sanitario madrileño. Los colapsos y la falta de personal se han agudizado hasta llegar al punto de escucharse en boca de la presidenta una auténtica aberración: El sistema está así porque los médicos no quieren trabajar. Tras esa disculpa por los fallos de gestión ardieron las redes sociales.
La siguiente coronación surgió al determinar la obligación del uso de las mascarillas en la calle, al aire libre. No diré que no sirve de nada, porque aparte de abrigarte del frío, también ayuda a reducir cualquier infección respiratoria. Sin embargo, no tiene mucho sentido la obligación si no existen medidas en entornos no ventilados, porque el riesgo de contagio en la calle es ínfimo comparado con una sala abarrotada de gente gritando.
Para finalizar la broma de mal gusto, se reunieron los presidentes autonómicos con el presidente del gobierno. Un acto de esos que suelen servir para tomar un café, hacerse fotos y hablar entre colegas. Pero no, esta vez sirvió para volver al electoralismo. Todos pusieron medidas en acuerdo hasta que tocó el turno de quien más destaca.
Evidentemente hablo de Madrid, donde no encuentras e tu expareja por la calle, pero sí cifras alarmantes que se falsean a la hora de sacarlas en prensa. En este caso, como era de esperar, una comunidad boicoteó al resto alegando el buen estado de sus cifras. Esto podría ser creíble si no fuera porque días antes culpaba de los malos datos a los médicos, suponiendo una contradicción.
Al final, el pastel se lo comen los ciudadanos. Existen dos bandos que se mueven entre el egoísmo de querer tener una libertad contagiosa o la sensatez de no querer enfermar y contagiar a sus allegados. Como siempre, todo promovido con fines electoralistas tras casi dos años de pandemia.
Felices fiestas y cautela.