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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

Eterna lucha vírica


Parece que la vacunación, las medidas preventivas y la llegada del verano colaboran poco a poco a mejorar la lucha contra la COVID-19. Algunos expertos en virus y epidemiología se aventuraron hace un año a predecir que a finales de 2021 convertiríamos esta enfermedad pandémica en una estacional. Es decir, lograríamos desplazar este virus hasta la temporada de invierno, como los episodios de gripe, las bronquiolitis o las neumonías típicas.

 

Hace un año logramos disminuir los casos en una mezcla de trabajo duro, esfuerzos económicos nunca vistos y una climatología muy favorable. Las discrepancias entre los datos de los diferentes países causaron una ola de críticas a España, como si fuese el centro de operaciones del virus. Sin embargo, las noticias que se escapaban de otros lugares desvelaron que las cuentas no se estaban haciendo con los mismos criterios. De golpe, empezaron a surgir datos muy negativos en lugares que presumían de ser un ejemplo, en países que se aventuraron prematuramente a dar una imagen distinta a la realidad que estaban viviendo.

 

La estadística tiende a cumplirse y, por tanto, es fácil saber quién se esconde y quién no, más aún cuando las gráficas de datos generan formas surrealistas. Esto no sería importante si no estuviera en juego la sostenibilidad general: vistiéndose de falsa seda puede acabar haciéndose harapos la ropa de toda una comunidad. Y lo sucede en otros continentes, aunque a la larga sea relevante, puede importarnos bastante poco cuando el peligro está en casa.

 

Últimamente se habla de la competencia entre virus. Ese fenómeno nos estaba librando de las enfermedades invernales más frecuentes; pero últimamente… éramos pocos y parió la abuela. El famoso VRS, causante de las broquiolitis pediátricas, ha reaparecido pisando fuerte, saltándose la estacionalidad para autodelatarse cuando menos se esperaba. Tanto a escala nacional como internacional, estaba escondido, sin apenas transmisión por el escaso movimiento poblacional y las medidas preventivas colaboraron en frenar su típica expansión.

 

Aparentemente sucede lo mismo con las variaciones que trae la gripe cada año. Quienes niegan la pandemia lo usaban como argumento alegando que había desaparecido, en un alarde de ignorancia y falta de conocimiento. Salvo un virus nuevo, los patógenos que provocan infecciones respiratorias no aparecen y desaparecen; más bien, se transmiten o no. Y esto no aporta un panorama precisamente esperanzador para nuestro país porque, en los últimos inviernos, los ingresos por gripe de nuestra población más anciana nos desbordaban. Si se cumple la predicción de la estacionalidad, podremos encontrarnos poco a poco con hospitales desbordados en invierno. Pero es mejor remedio que la situación del último año.

 

Esconderse tras una pantalla de datos beneficiosos solo puede desembocar en una catástrofe epidemiológica, porque se da una falsa seguridad y se olvidan las medidas preventivas. La gripe podría volver, apretando las tuercas de la sanidad, como si no tuviéramos poco con la COVID. Podría generarse un bucle de lucha contra las enfermedades respiratorias imparable, que colapsaría nuestros hospitales durante todo el año sin piedad.

 

Se ha hecho creer a la población que la transmisión depende de un gobierno y no de un proceso biológico. Ahora bien, si no somos capaces de emplear medidas para frenar los contagios, si seguimos promocionando el negacionismo, si no frenamos la desadaptación a muchas de las medidas con lógica, solamente podremos seguirnos lamentándonos mientras señalamos culpables de manera egoísta o aleatoria en vez de señalar los caminos para encontrar soluciones.