Que la pandemia en España ha sido un instrumento político, es una realidad cantada a voces por la prensa internacional. Parece que Roosevelt acertó en la frase que se le atribuye: “en la vida hay algo peor que el fracaso; no haberlo intentado”. Porque el esfuerzo por parar la pandemia no ha llegado a la suela del zapato del trabajo al derroche de energía para ganar unas elecciones.
Las elecciones en la Comunidad de Madrid han cerrado los ojos de los problemas en España. Durante días y días no ha existido nada ni nadie. Ninguna comunidad ha tenido derecho a salir en la tele salvo la que alberga la capital y la campaña política desencadenó un espectáculo digno de un patio de colegio con acusaciones, pero sin propuestas de futuro. Programas electorales vacíos, insultos, amenazas, desprecios… A eso nos estamos acostumbrando y, lo que es peor, nos hacemos partícipes. Probablemente han sido las elecciones más bochornosas en la historia de la democracia, incluso, han hecho olvidar que las UCI estaban abarrotadas.
No he visto a los candidatos hablar de avanzar, de llegar a acuerdos, de resolver la pandemia. O lo que sería igual, de trabajar. Eso sí, se han popularizado frases, uso de falacias e incluso mentiras, se ha desprestigiado el honor de unos y otros para llegar a una conclusión, lo que importaba era ganar, no dar el callo. A fin de cuentas, hemos transformado la política en un partido de fútbol, demostrando que solo importa el fanatismo ciego, las ganas de celebrar una victoria y, si es necesario, llegar a ser una sociedad incívica con tal de alardear de salir indemnes.
Donde dije digo, digo Diego y así siempre desde que empezó la pandemia. Los discursos han sido tan cínicos como pedir el fin del estado de alarma y, al día siguiente, decir que es una irresponsabilidad que termine. Cuestiones como pedir libertad en un sitio y encierros en otros. Todo esto se ha agudizado en las últimas semanas hasta que, de repente, pasan unos días de las elecciones y nada ha cambiado. Sorprendentemente la gente acaba de darse cuenta de que el virus sigue ahí y volvemos a hablar de fallecidos, camas de UCI, etc.
Los debates electorales se han basado en discutir delante de la cámara para poner motes al resto de políticos. Todo empezó con Gusana Díaz hace años, para continuar con Carap…. (por Martínez-Almeida) y finalizar con la rata (en referencia a Pablo Iglesias). Y con esos términos infantiles hemos creado una sociedad que se preocupa de defender a su equipo olvidándose de sus problemas habituales: llegar a fin de mes, trabajar, tratar de que no enferme la abuela, llevar a los niños al cole y, abandonado del todo, los derechos laborales.
Las elecciones en tiempos de COVID han sacado lo peor de la ciudadanía. Desde compartir noticias falsas promulgadas por un partido, hasta responder a dichas noticias con los insultos que nadie querría para sí mismo. Ya no nos acordamos de que hace un año existía eso llamado miedo. ¿Alguien recuerda que hubo un momento donde algunos partidos trataron de acercarse para resolver los problemas inmediatos en algunos territorios a pesar de los baches que existían en otras comunidades o provincias?
Nadie se acuerda, mismamente, que incluso ha habido algún partido político que ha participado en la propaganda y manifestaciones negacionistas desde que se inició la desescalada. Eso sí, en las redes sociales, desprendían cinismo llorando los muertos cada día y prometían una gestión maravillosa. Incluso se llegó a hacer campaña a favor de Donald Trump. Ese gran político que prácticamente negó la pandemia, después incitó a los americanos a beber lejía y, finalmente, no reparó en gastos cuando dio positivo en COVID-19.
La población no se acuerda de que había partidos que criticaban ciertas manifestaciones mientras hacían participación activa y en masa en otras, o se permitían celebrar mítines. Tampoco nos interesa recordar las protestas por el uso de las mascarillas hasta que se extendió la medida por toda Europa. Porque como dije antes, todo esto es una forma de entender la política como si fuera la Champions League, fanatismo de siglas y escudos. Y la pandemia se olvida si se puede sacar algún beneficio, pero el SARS-CoV-2, sigue mutando en las calles.