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Reels V

Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

Antigua normalidad


Ha pasado poco más de un año desde que empezó todo, se ha hecho corto, pero ha sido suficiente. Hace 13 meses nadie pensaba que fuese a suceder todo lo que ha acontecido y eso que, ahora, muchos dicen que ya lo habían anunciado con antelación. Hace un año salíamos de casa para comprar y trabajar. La fiebre del lavado de manos y de evitar las multitudes se extendía como nunca, parecía el gran éxito sanitario. Desde hace años se había tratado de fomentar una higiene básica que sea efectiva para frenar cualquier tipo de contagio, pero nunca se había popularizado. Los botes de gel hidroalcohólico eran eternos en el hospital incluso en época de gripe, pero en pleno auge de la Covid-19 vivimos el saqueo continuado por parte de las visitas.

 

Hay gente que apenas ha salido de su ciudad porque quieren ser muy precavidos, mientras tanto, la mayoría ya ha perdido el miedo. Desde que se redujo el volumen catastrófico de pacientes en el hospital, la ciudad ha ido recuperando su antigua normalidad, que no la nueva. Porque la nueva normalidad no es más que un intento fallido de entender la salud como un bien preciado, ha demostrado ser el fracaso del ser humano como elemento racional. Cuando hay miedo, funciona todo; cuando se pasa, vuelta a la vida antigua. Es un ejemplo visible con la obesidad o los accidentes de tráfico.

 

Desde que hace un año colapsaron las infraestructuras sanitarias durante tres meses, el repunte de casos que precisaban ingreso hospitalario ha pasado a ser un sube y baja permanente. Muchas veces leo comentarios que aportan un: “como siempre”. Pero no. Como siempre es tener un hospital donde las unidades funcionan entre el 80 y 90% de su capacidad para ganar eficacia y eficiencia. Cuando tienes que suspender los quirófanos para albergar pacientes Covid, unas unidades bajan al 1% para ver cómo otras ocupan sus camas al llegar al 500% de su capacidad. Aunque vamos reequilibrando la balanza, bien es cierto que no se ha podido volver a la homeostasis de años anteriores aún.

 

Cada vez que vemos un dato positivo, baja el miedo y aumentan las imprudencias. Ojalá poder presumir de que se trata de una montaña rusa, porque siempre terminas bajando al estado de reposo. Si bien es cierto, la mortalidad baja con el tiempo porque hemos aprendido a tratar la enfermedad, pero la población más vulnerable sigue en riesgo. Es difícil luchar contra quienes argumentan que la vida sigue. Sobre todo, porque extienden una idea que no representa la realidad de lo vivido. Y mejor no hablemos de las múltiples teorías de la conspiración. Son dos colectivos que no decían lo mismo hace un año, pero el dinero mueve montañas, a diferencia de la fe.

 

Paseando por Segovia ve como, poquito a poquito, han quedado de lado todos los detalles que ya teníamos arraigados en nuestras mentes. Por ejemplo, esos dispensadores de gel hidroalcohólico que tenían jornadas laborales interminables en los comercios. Diría que han mejorado su convenio y ahora trabajan menos, pero la realidad es que han sufrido un ERE en toda regla. Algunos han bajado su actividad de forma tan súbita que han estado sin gel durante uno o más días sin que nadie se percate. Queda alguna tienda y supermercado que obliga a un ligero lavado de manos, como el sindicalista que sigue batallando solo una vez que el trabajador ha conseguido su objetivo principal y se desentiende. Una batalla muy útil, pero con poco efecto al ser casos aislados.

 

Por el contrario, el uso de la mascarilla ha sido un fenómeno que ha tumbado los esfuerzos de los detractores. Al principio las calles se vistieron de azul quirúrgico, pero la implementación de mascarillas de tela con filtro ha llenado todo de colores y formas que deja imágenes curiosas. Algo parecido al papel de regalo navideño y eso que a nadie se le ha ocurrido hacer un mosaico con sus amigos, o al menos yo no lo he visto. Ahora se mira mal a quien no la lleva, demostrando que no era tanto drama como parecía.

 

Desde aquí solamente puedo lanzar esperanza entre las vacunas y las medidas. Pero también es importante ensalzar la cordura. Debemos recuperar las buenas costumbres higiénicas de cara al futuro, no solo en esta pandemia para no volver a cambiar la sonrisa por lágrimas. Porque Chaplin dijo: “Nunca te olvides de sonreír, porque el día que no sonrías, será un día perdido.”