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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

El fin de las mascarillas


Las mascarillas están en su curso final y esto, como todo, no va exento de polémica. Desde que se suprimieron en el transporte público, su uso voluntario se ha disminuido poco a poco hasta ser únicamente una pequeña piedra en medio del campo. La poca gente que utiliza mascarilla tiene cierta conciencia de uso y lo hace por motivos de salud, propios o ajenos. Así mimo, queda como residual el entorno sanitario donde sigue siendo obligatorio.

Hace unos días se anunciaba la posibilidad de retirar la mascarilla también en los centros sanitarios y farmacias, con el revuelo habitual de quienes hacen un mundo de cualquier minucia. Quienes más desean su retirada son aquellos que más las usan, pero también se corresponden, en su mayoría, a quienes nunca las habían utilizado. La mascarilla obligatoria ha sido suprimida en casi todo el mundo sin que se aprecie un resultado desfavorable por ello. Sin embargo, en España se mantuvo al llegar el invierno con las patologías estivales, donde destacan la gripe en adultos y la bronquiolitis en niños.

Aunque todavía no exista una decisión clara es importante dar valor a los pros y contras de la medida, para evitar el oportunismo que brinda un Capitán a Posteriori. En este sentido y, contando con la experiencia pre y postcovid, es evidente que existen beneficios en su uso. Todo muy lejos de los bulos sobre la hipoxia y el grafeno que después de ser una alarma no parecen haber supuesto nada. Las mascarillas han salvado vidas y eso es indudable, innegable y, sobre todo, es algo objetivable; por mucho que haya quien crea que se inventaron en la pandemia.

Al uso habitual, podemos distinguir 2 tipos de mascarilla que llamaremos coloquialmente higiénicas y de protección. La mascarilla higiénica serían las de tela y las quirúrgicas, es decir, las que permiten contener el aire expirado y todo lo que lo acompaña. Es un tipo de mascarilla altamente útil para frenar los contagios a la población vulnerable, acompañado de un precio asequible. Sin embargo, su capacidad para proteger a quien las porta es baja. Además, requieren ser lavadas a diario si son de tela y desechadas si son quirúrgicas.

Por el contrario, las mascarillas que denomino como protectoras, son aquellas que ya utilizaban antes en cualquier profesión con un mínimo riesgo a nivel respiratorio: pintores, minería, químicos, etc. No era algo exclusivamente sanitario. Son más costosas pero su efectividad es muy alta, existiendo varios tipos según el tipo de protección deseada. A cambio, también son de un único uso y deben desecharse a diario, además de manipularse con bastante cautela.

Suprimir el uso de la mascarilla en entornos sanitarios va a suponer un ahorro económico importante, especialmente para la administración pública y empresas de servicios sanitarios privados. Por otro lado, también repercutirá positivamente en la disminución de residuos difíciles de reciclar debido a su composición en diferentes capas.

Pero esta moneda también tiene una cara negativa. Igual que el lavado de manos se ha olvidado con facilidad, el uso de una mascarilla cuando tenemos una enfermedad respiratoria contagiosa no será menos. La pandemia por COVID-19 ha quedado obsoleta en cuanto al miedo de la población. Es cierto que no representa un problema actual, pero se esperaba que dejase un rastro de conocimiento y conciencia en la gente, por lo que pueda pasar más adelante.

El uso de la mascarilla puede perfectamente pasar a ser opcional, pero es importante recordar que debemos utilizarla cuando podamos contagiar a otros. Sabemos que las pandemias se repiten y anualmente nos enfrentamos a las enfermedades endémicas del invierno que causan bastantes estragos en la población. Poca gente es consciente de la importancia que puede tener proteger a los demás y, por desgracia, son las malas noticias las que colaboran a adquirir dicha empatía.

Por mi parte, considero oportuna su retirada siempre que se garanticen otras medidas mínimas, como la ventilación efectiva de los lugares cerrados, la reducción de multitudes visitando pacientes en el hospital, conciencia sobre el lavado de manos, vacunaciones contra las enfermedades invernales, etc. Todas esas actuaciones que se van olvidando y que tantas veces he citado como importantes y necesarias. Todo en pro de garantizar que no tropezamos dos veces con la misma piedra.