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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

La tercera pandemia


Los efectos devastadores de la pandemia por COVID-19 conllevaron miles de defunciones por todo el mundo. Es el efecto inmediato de una situación de este calibre que puede considerarse como catástrofe a nivel sanitario. Denominé como segunda pandemia (o Efectos secundarios en mi libro) a todo lo que se vio afectado directamente de la catástrofe: economía, relaciones sociales, retrasos de diagnósticos y tratamientos sanitarios, etc. Pero ahora, tres años después, podemos hablar del efecto terciario o, más bien, la tercera pandemia por COVID.

Decir que no existe la COVID como presumen los ingleses en su país, es tan absurdo como decir que tampoco existe la escarlatina. Solo por el hecho de que yo no lo vea, no quiera saberlo y no conozca a nadie enfermo de ello, no implica que se haya erradicado. Solamente es un ejemplo de ignorancia consentida, algo así como decir: "No lo sé, pero tampoco quiero saberlo porque soy más feliz".

Por mucho esfuerzo que hagan los plandemials en difamar sobre las vacunas contra la COVID, es evidente que su efecto sí existe. La difamación es otro ejemplo de ignorancia consentida. Pero la reducción de casos y gravedad gracias a la vacunación no quita que coexista aún la batalla. Básicamente, porque no es tan sencillo como el dicho de "muerto el perro, se acabó la rabia". La pandemia sigue tres años después pisando flojo, pero pisando.

El 8 de enero hablaba sobre los casos de cáncer en pacientes "famosos" y el gran beneficio que habían producido al mediatizar su situación. Algunos de ellos surgieron en plena COVID siendo la muestra de las carencias del sistema sanitario desbordado por la pandemia. Otros surgieron antes y, alguno, después. Pero si hay algo realmente en común entre ellos, es que caerán al olvido tras haber mejorado ciertos aspectos del sistema sanitario.

La tercera pandemia es el reflejo de la ignorancia. Hemos pasado por una crisis sanitaria global que provocó pánico en gran parte de la población. Hemos vivido las consecuencias inmediatas de las carencias existentes reflejadas por todos los héroes anónimos que las vivieron. Estamos observando aún los daños colaterales tres años después. Pero ahora, hemos olvidado todo lo sucedido.

Hace escasas semanas que se retiró la obligatoriedad de portar una mascarilla en el transporte público. Una medida que tenía poco cumplimiento en las ubicaciones que se pronuncian como libertarias de nuestra nación. En la misma línea, no echamos de menos los botes de gel hidroalcohólico de los comercios porque hace demasiado tiempo que desaparecieron. Y, sobre todo, ya no evitamos contagiar o ser contagiados.

Esta tercera pandemia no es la COVID-19 ni otra enfermedad asociada al mismo virus y sus cientos de variantes. En realidad, es todo lo que vuelve a suceder por olvidar algo de escasamente tres años atrás. ¿Acaso no existen ya las enfermedades infectocontagiosas? La demanda sanitaria de cuestiones no urgentes ha aumentado, la población se preocupa más por su salud al mínimo síntoma. Incluso cuando se trata se tos, mucosidad, cansancio, ... Pero es directamente proporcional a la desidia que se ejerce en el día a día sin impedir contagiarse.

Si ahora surgiera otro virus se enfrentaría mejor que en 2020, de eso no hay duda. Porque tres años no han sido suficientes para olvidar ni para desmantelar todo el campo de batalla. Pero poco a poco se terminará de perder cualquier actitud preventiva incluso en el entorno sanitario, lo que aumenta el riesgo de que pueda volver a suceder un evento desafortunado.

¿Exagerado? No lo creo, en 2014 surgió una alerta por Ébola en España que tardó 42 días en desaparecer. Tan solo hicieron falta seis años para olvidarnos de las medidas más básicas de prevención de los contagios. Hace unos días surgió la posibilidad de que haya entrado en España el virus de Marburgo, cuya prevención es similar al Ébola. ¿Y si sucede de verdad? ¿Estará la población preparada o la tercera fase de la pandemia provocará una nueva crisis?