
Desde que llegó la crisis internacional ha crecido el concepto 'Low cost' para todo tipo de productos y servicios en España. El bajo coste se ha implantado poco a poco rompiendo los precios y dando a entender que los márgenes de beneficio eran muy altos hasta entonces. Se ha extendido tanto, que está acabando con el negocio tradicional y con las mejores costumbres de este país.
Siempre se habla de que han cerrado tiendas, bares, restaurantes, ferreterías, etc. y se comenta lo duro que es sobrevivir al S. XXI siendo empresario. Aunque la gente use como excusa populista a los impuestos como causa de los cierres, la solución ha estado en la mano del consumidor todo el tiempo. Quien acude a día de hoy a la frutería del barrio, generalmente paga muy poco más a cambio de mayor calidad, mejor empleo y una cadena llena de eslabones que se ven beneficiados. Muchos de ellos, incluso, son de la propia tierra.
Pero la era de la competencia desleal ha convertido en normal lo que nunca se hubiera aceptado años atrás. Estamos consumiendo grandes marcas que abarcan desde cafeterías franquicia que simulan hornear productos congelados hasta la gestión de la vida humana en formato industrial. Todos los sectores han reducido su coste en favor del bolsillo del consumidor... O eso creemos. Sin embargo, nadie da duros a pesetas y las grandes compañías no van a hacerlo tampoco.
La publicidad dice que podemos encontrar precios cada vez más bajos por el mismo servicio sanitario. Sin embargo, la realidad es que los importes son cada vez más altos y lo que ofrecen pierde calidad y cantidad con el paso del tiempo. El publicitado ahorro es realmente notorio cuando observas que un mismo grupo se va haciendo con el control de una zona entera de mercado regalando el precio en un concurso público. Pero es transitorio, igual que su publicidad. Lo que acaba sucediendo es que una misma empresa adquiere todo un mercado y, a continuación, sube el precio de forma exponencial, convirtiendo sus pérdidas en beneficios millonarios.
De esta forma, la sanidad está explorando el modelo de bajo coste adquiriendo ciertos 'vicios' que la población acepta. La privatización de servicios públicos no es más que un incentivo que redunda en el beneficio personal de quien realiza la externalización. Como consecuencia, encontramos un personal laboral en situación de semiesclavitud en todos esos hospitales públicos con gestión privada, hospitales y servicios de emergencias concertados, etc.
Pero, si es low cost, pensaremos ingenuamente que las empresas gestoras no obtienen beneficios. Nada más lejos de la realidad. Son servicios grandemente rentables para la empresa y de teórico bajo coste para el paciente, que pasa a ser más bien un cliente. No se ofrece el mejor servicio al mejor precio, sino que se explota el beneficio particular de la entidad siendo el mismo coste para el cliente privado o para la administración pública (en el caso de los conciertos y subcontratas).
El concepto 'sanidad privada' que se conoce en otras partes del mundo consiste en un servicio de gran calidad, donde probablemente tiemble tu cuenta bancaria cada vez que necesitas algo. Sin embargo, en España se explota la idea de la eficiencia antes de llegar siquiera a plantearse la eficacia y la efectividad. No importa si el usuario recibe la asistencia correcta o si hay algo que mejorar, importa el coste del servicio.
En este mercado privado a bajo coste encontramos empresas que prestan servicios para instituciones: hospitales, que cargan costes de la parte privada a la sanidad pública; residencias de ancianos, que doblan el precio cuando el usuario viene por parte de la administración; ambulancias, que utilizan los recursos de la administración pública para sus clientes privados... O, lo que es peor, ONGs que hablan de humanidad mientras mantienen con jornadas parciales a sus empleados para rentabilizar los contratos públicos millonarios.
Sin control y con una mano amiga, todas estas entidades favorecen que la ciudadanía tenga la sensación de ejercer sus deberes fiscales en vano. Pagar impuestos pasa a ser un deporte donde escabullirse tiene como premio la medalla de oro moralmente hablando. A esto hay que añadir la campaña de desprestigio tan grande que ha sufrido el personal sanitario secundada por los acólitos de ciertos políticos.
En cuanto al sector público, ya no podemos presumir de la mejor sanidad de Europa. Por mucho esfuerzo que pongan los profesionales resulta difícil combatir la falta de una buena gestión profesional. Mientras tanto, el sector privado encuentra un dilema cuando el usuario tiene que elegir entre pagar mucho por una buena atención o gastar menos de la mitad y obtener con los informes un boleto de lotería de la salud.