Hace unos días un médico reflejaba en twitter que se encontraba en el metro de Madrid y había un hombre con claros signos de ser portador y enfermo de la viruela del mono. Acompañado de una foto, su hilo de twitter explicaba que había increpado al hombre y había advertido a la gente cercana. Sin embargo, el hombre enfermo no hizo caso y la gente cercana tampoco. Días antes, otro usuario y que presuntamente es una cuenta falsa, explicaba que había contraído la viruela del mono usando un patinete de alguien que estaba contagiado. No aportaba mucha más explicación, pero se preocupaba por el hecho de que se hable de enfermedad gay como ya se hizo en su día con el SIDA. Los dos relatos parecen ser falsos.
El segundo directamente desvelado por quienes investigan las redes sociales y han encontrado que el perfil se dedica a hacer contenido que después borra. Además, el primero, también ha tenido controversia. La historia era medianamente creíble, pero tenía lagunas. Hasta que la víctima de la focalización salió a la luz. Refiere que no tiene viruela del mono sino neurofibromatosis, pero esto es algo inocuo a la explicación que pretendo dar. Hace dos años y seis meses estallaba la COVID-19 y repasemos lo que dice su nombre: COrona VIrus Disease 2019, o en castellano, enfermedad del coronavirus 2019. Esta enfermedad nueva, causada por el virus SARS-CoV-2, medianamente conocido por el susto de su hermano pequeño (SARS 1) en 2003, dejó al mundo paralizado por su virulencia y agresividad con los más débiles.
Al paso del tiempo y, como era de esperar, su potencia fue disminuyendo adaptándose a la vida de los miles de virus que nos rodean. Pero deberíamos haber sabido protegernos. Una vez pasado el miedo inicial, las medidas se redujeron, como ya he reflejado en mis libros (Un día más, un día menos y Efectos secundarios) y en diversos artículos en este y otros medios. Tanto es así, que ya resulta extraño cuando se ve un dispensador de gel hidroalcohólico en los comercios y bolsillos. Si no nos lavamos las manos cuando vamos tocando todo, ¿qué comemos al manipular la comida?
Cuando la crisis inicial pasa y desaparece el miedo, bajamos la guardia y, entonces, salta otro patógeno. Pero nos da igual, porque mientras no nos toca, no pensamos en ello; sea viruela del mono, ébola o cuando llegue el SARS 3. La propagación de bulos solo alimenta la sensación de seguridad de quienes no ponen medios y quienes directamente niegan todo, misma situación que vivimos en los últimos años con las infecciones de transmisión sexual.
No quiero promocionar caos, al revés, quiero hablar de tranquilidad. Pero tranquilidad con seguridad. Lavarse las manos, mantener los lugares ventilados o, simplemente, limpiar, eran rutinas de toda la vida. Florence Nightingale (considerada una madre de la enfermería) ya lo reflejaba en la Guerra de Crimea en 1853. Es curioso que tras 169 lo más básico siga siendo igual de efectivo, y eso que ahí nadie hablaba de modernidades, de la agenda 2030, nanochips o vacunas esterilizantes.