Una organización, compañía o departamento en el que no reina el sentido del humor es una tragedia...
Y no digo yo que el ambiente deba ser como un Carnaval en Río, pero es que hay espacios de trabajo a los que entras y la tristeza te pega tal bofetón que se te quitan al instante las ganas de consultar nada.
Cuando en lugar de la tristeza lo que abunda es el mal rollo, puufffff, la mejor posición como cliente o demandante de un servicio es la de “en guardia” que te enseñaban en la mili, preparado para pasar de trinchera a trinchera porque nadie se hace cargo de tu demanda, a nadie le interesan tus necesidades y todos le van pasando el muerto a otro, si pueden, aunque sólo sea para fastidiarle, al tiempo, claro, que te fastidian a tí la mañana entera sin que parezca importarles un pimiento.
Buen humor y trabajo serio no son conceptos enfrentados, no son realidades incompatibles, es más, a mí me parecen sustancias perfectamente combinables, materiales excelentes para la aleación.
Tengo la seguridad de que hay ya estudios científicos que afirman que el buen humor reduce el stress, favorece la creatividad y potencia la comunicación abierta, además de mejorar notablemente la salud física y mental del individuo. Si no los hay, no sé en qué santo están pensando esa pandilla de aburridos que llevan por nombre “científicos”.
Si usted cree que el suyo es un trabajo serio en el que, por tanto, no encaja el buen humor, la sana diversión, quizás crea también que fomentar un espacio de trabajo en el que reine el humor es correr un gran peligro, exponerse a un gran riesgo, pues es evidente que hay personas que no admiten un cierto tono humorístico y cuya respuesta podría repercutir en un negativo efecto para su empresa o departamento.
Tiene razón, es cierto, emplear el humor tan sólo coartado por el sentido común implica un peligro, como lo implica el uso de las tijeras que guarda en el cajón o la carretilla elevadora que transita por el almacén cargada de bártulos. Es la forma en que utilicemos las herramientas lo que las hace peligrosas o convenientes para nuestra actividad (nótese que conviene sacar de este contexto la actividad profesional de Jack el Destripador y sus epígonos, puesto que en su caso, el cuchillo es una herramienta al tiempo peligrosa e indispensable).
Solemnemente le digo que el buen humor incentiva a los empleados a tomar en serio su trabajo y a afrontar los momentos difíciles con optimismo.
Por otro lado, quizá tenga dudas al respecto de la productividad. ¿Cómo un departamento que se divierte trabajando puede estar al pie del cañón sin despistarse, sin que haya lagunas en su tarea? Sencillo. Si usted se divierte trabajando, no necesitará buscar a lo largo de su jornada un escape emocional, un espacio en el que respirar un aire más sano, lejos de la toxicidad del ambiente aburrido, solemne y deprimente de algunas empresas, espacio éste que inevitablemente resta tiempo a su jornada laboral (entre las variadas formas de escape: salir a echar un pitillo… tras otro, alargar los “15 minutos del café” hasta convertirlos en “los 45 del café, copa y puro”, o perderse en Internet durante más de media hora recabando información sobre viviendas rurales en Asturias a las que, al final, acabará no acudiendo).
Es obvio que, como con cualquier otro instrumento, el empleo del humor en el trabajo requiere práctica, afinación, entrenamiento, hasta alcanzar el punto en que usted y sus compañeros sabrán utilizarlo inteligentemente. Siendo así, no lo cercene a la primera metedura de pata, ríase de ella y permita que los demás también lo hagan. Poco a poco irán dominando la técnica y, cuando la manejen con soltura, esto es, con sentido común, tacto, experiencia y oportunidad, su empresa o su departamento comprobarán que es verdad lo que digo: divertirse en el trabajo multiplica la productividad y reduce las bajas por enfermedad.
No me hace ni pizca de gracia la falta de buen humor en el trabajo, ni pizca de gracia, ya te digo…